viernes, 12 de junio de 2009

CAINISMO
(13-5-2000)
JUAN GARODRI




Aún recuerdo aquel dibujo de Gustavo Doré —aquellos dibujos sorprendentes y azules de la Historia Sagrada— que representaba un hombre musculoso, cubierto de medio cuerpo para abajo con una piel, blandiendo una quijada de asno. Lo que más me sorprendía, sin embargo, era su mirada. Una mirada huidiza, retorcida hacia lo alto del cielo, que escuchaba una voz recriminadora y condenatoria. Era la mirada de la culpa.
Y es que, para ser el primer hijo de mujer que habitó la tierra, Caín ya fue un ejemplar portentoso en lo de conseguir una buena lista de récords. Hombre, no se trataba propiamente de récords, porque le faltaba la base competitiva y la homologación del COI. Pero admitamos que fue el primero en realizar múltiples actividades humanas: fue el primer amargado, el primer envidioso, el primer asesino, el primer fugitivo de la justicia (divina). En fin, un prototipo original y literalmente protervo, un molde en el que se fraguó la figura humana. No pretendo resultar irreverente, pero hay veces en que el hombre parece hecho más a imagen y semejanza de Caín que a imagen y semejanza de Dios.
No tienes más que detenerte en algunos ejemplos. Sin ir más lejos, el domingo pasado, 1 de mayo. La trifulca ha sido clamorosa. Los medios de comunicación, unos más interesados que otros, vete tú a saber por qué, han extendido, repetido e hiperbolizado la faena cainita que el Sevilla F.C. hizo al Betis Balompié. Todos hemos contemplado en las pantallas televisivas el incruento fratricidio de dos aficiones divididas y separadas por el odio tanto o más que por el Guadalquivir. Miles de manos aplaudiendo al Real Oviedo para que hundiese definitivamente al Sevilla, su equipo del alma. Miles de manos que era miles de quijadas de asno golpeando sin parar en el cráneo de la permanencia, hasta destrozarlo. Fue un suicidio futbolísticamente colectivo, una autoinmolación trágica para arrastrar de consuno al Betis hasta las profundidades de la aniquilación deportiva. En este mismo sentido cainita, la afición céltica "rebosaba euforia" (escribió algún cronista desavisado) porque los jugadores celestes le habían amargado la Liga al Depor, su enemigo del alma.
Y no digamos de las tropelías que se producen entre los ejemplares de la fauna política. Aquí el cainismo ha asumido ya casi categoría de elemento clasificatorio en cualquier paradigma de contexto político. (Para que no se te vaya el santo al cielo, te recuerdo que cainismo es algo así como el odio o enemistad que se siente hacia familiares, allegados o amigos). De manera que cuando lees lo de "las luchas intestinas" entre sectores de una misma posición política, es que no acabas de creértelo, y te domina una ligera cataplexia que embota tu sensibilidad ciudadana y te impulsa al descreimiento o a la indiferencia.
Desde los albores de la Humanidad, la figura renuente de Caín se ha multiplicado época tras época, milenio tras milenio, siglo tras siglo, año tras año, día tras día, para significar que la lucha de contrarios sobrevive pavorosamente, nos engulle y nos fagocita. Desde las primeras páginas del Génesis aparece siempre entre los hombres la contraposición de contrarios, ya digo, la lucha entre y el bien y el mal, esa oposición antitética, en la que regularmente resulta vencedora, de forma enigmática y terrible, la figura del mal. Y aunque históricamente hayan despuntado personajes (los santos o los héroes) que lucharon por implantar en el mundo la figura del bien, en realidad su intento consiguió poco si se compara con el crecimiento espectacular del mal, esa especie de lava poderosa y satánica (¿satánica?) que arrasa sin contemplaciones la escasa flor del bien.
Para qué hablar del hambre en el mundo, para qué hablar del horror de la guerra, de la injusticia social. En teoría, miles de obras sesudas tratan estos temas. En la práctica, cientos de organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, cientos de asociaciones religiosas o laicas, pretenden erradicar el mal del mundo. Pero no hay que ascender a esos niveles globalizadores. Si desciendes al ámbito de la cotidianidad, el cainismo proporciona también un campo propicio a la desavenencia. Una reunión de vecinos copropietarios, por ejemplo, se convierte en un avispero en el que los acuerdos se tornan imposibles, y se prefiere que se vayan al garete los ascensores antes que condescender con la opinión del gilipollas del 5º.
Hechos a imagen y semejanza de Caín. Con la quijada de asno de la envidia.
Mierda de vida.

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