viernes, 12 de junio de 2009

LAS ARMAS
(29-3-2000)
JUAN GARODRI




Qué quieres que te diga, amigo, nunca me han gustado mucho los americanos. Me refiero a los americanos del norte, naturalmente. Ese producto arquetípico de los Iunaitestéis que engendra héroes peliculeros y heroínas hollywoodenses. Héroes bien rellenos de músculos anabolizantes y vengadores para salvar del mal al resto del mundo, esos deslumbrantes protagonismos de detectives/as, abogados/as, fiscales/as, soldados/as y demás gente guapa (exclúyase a Colombo, inclúyase a Ally McBeal y su carita de gata famélica) que aparecen en los desmadres de sus movies and pictures, bien rellenos de efectos especiales, léase coches explosionados a las primeras de cambio, cráneos abiertos como sandías, heridas de repentinos chorros sangrientos, cuerpos agujereados al recibir dos o tres mil impactos, inundaciones de violencia y homicidios cada tres minutos, a chorros esos desmadres peliculeros, ya digo, bien rellenos de efectos especiales y de putitas envalentonadamente folladoras y besuconas. En fin.
En lugar de dedicarse a hacer películas hacen propaganda enfermiza de sus colorines protoéticos, o al menos prototípicos y salvadores. Cuando es bien sabido que los Iunaitestéis jamás pretenden salvar a nadie de nada, a pesar de la jeta bienhechoramente globalizante que le echan al asunto, a pesar del corte de pelo a cepillo de sus marines patrióticos (¡sí, señor!) y a pesar de la anatomía siliconada y concupiscente de sus girlstars (¡oh, querido!). No pretenden salvar a nadie, ya digo.
Porque la comedia salvadora no es más que eso, una comedia, un simulacro redentor para enmascarar la venta de armas y de sofisticado material bélico utilizados en el combate del mal (?) — En Kosovo estaba el mal, pero en Chechenia no está, ya es triste la cosa—.
Dirás, amigo, que a qué viene esta dilatada mala uva expositiva. Verás. Acabo de escuchar la noticia de que en los Iunaitestéis mueren, ¡cada día!, doce niños, doce, abatidos por armas de fuego. No es una información metafóricamente hiperbólica. Es un dato objetivo. Y aterrador. De manera que se ha montado la polémica de siempre, y unos que armas sí, y otros que armas no. El mismo Clinton pretende reformar la ley para endurecer la venta de armas. Pero se le opone el poderoso Sindicato del Rifle —sólo en EE UU podría existir algo así— amparándose en el hecho de que tal medida legal restringe la libertad de decisión personal que, constitucionalmente, tiene cada ciudadano en ese país.
Naturalmente, detrás de todo el embrollado y podrido asunto se oculta el to do business, que la pela es la pela, y si es en dólares, mejor. Mientras, los niños juegan con la pistola del padre, se tirotean con la sangrante inocencia de la perversidad infantil o adolescente y se matan entre ellos como si tal cosa. Qué le vamos a hacer, business is business, clama Charlton Heston, decrépito presidente del sindicato del crimen, digo del rifle. Quién lo iba a decir. Aquel «héroe positivo» del cine americano aclamado por su actuación en las gigantescas superproducciones históricas. Aquel “Ben-Hur” esforzado de W. Wyler; aquel Moisés visionario de “Los diez mandamientos” de C. B. de Mille; aquel don Rodrigo musculoso y noble de “El Cid” de A. Mann... ¡Charlton Heston, presidente ahora del Sindicato del Rifle! Poderoso sindicato que no hay quien le pare los pies, digo el gatillo. Y a ver quién se los para.
Porque detrás de todo este maldito asunto están los millones de dólares que el Sindicato ha invertido en la financiación del partido conservador americano. Así que mientras Clinton clama para aumentar la seguridad ciudadana, dificultar legalmente la compra de armas, y promulgar una nueva ley que impida a los particulares su adquisición indiscriminada, el tal Charlton Heston endereza sus piernas y después de moverlas con su andar chapaleto va y le responde que la ley no proporciona la seguridad, que la proporciona el cumplimiento de la ley. Solución: que se pongan más policías y que haya más vigilancia para que la gente no se mate a tiros.
Creo, amigo, que se me revuelven las tripas con este condenado asunto ('argumento', lo llama el tontaina del informador radiofónico).
Entre tanto, el personal de los Iunaitestéis prosigue su campaña tenaz y esquizoide contra el tabaco, por ejemplo, que ocasiona tantos muertos al año, y tiene poco en cuenta a los muertos por armas de fuego o a los muertos por cardiopatías irreversibles, esos cientos de miles de americanos que, cada año, las hamburguesas mandan a criar malvas. Las hamburguesas, la comida basura y demás productos colesterógenos, extendidos por todo el mundo para que también se mueran los demás.
Mientras tanto, los grandes inventores del asunto bélico y del balazo, a forrarse. Porque las pistolas no matan, mata la mano que las utiliza. En cambio, el cáncer de laringe, o el de pulmón, es producido por el tabaco, y el fumador empedernido de toda la vida no es culpable de su enfermedad, lo es el tabaco, el tabaco es el que mata. El fumador ha sido víctima del tabaco. Por eso las compañías tabaqueras han tenido que subvencionar a la Sanidad estadounidense con más de 30 billones de dólares. Sin embargo, en el caso de las armas, no. No son las armas las que matan. Quien mata es el dedo que aprieta el gatillo. Por eso el Sindicato del Rifle, tan gigantesco, tan todopoderoso, no paga ni un duro a las víctimas de las armas. Es repugnante.
( ‘Repuñante’, dice mi tío Eufrasio).

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