miércoles, 24 de junio de 2009

POBREZA DE PLÁSTICO
(29-11-2000)
JUAN GARODRI


Bueno, pues llega diciembre y, como te descuides, puedes convertirte así, como quien no quiere la cosa, en pobre.
Hay muchas maneras de conseguir la categoría social de pobre. Ya sé que si cito a Marcial me pongo fino, culto y latinista. Pero a ver, quien tuvo retuvo, que se dice. Y Marcial, en alguno de sus epigramas, dice: Non est paupertas, Nestor, habere nihil. O sea, que la pobreza no consiste propiamente en carecer de todo. Tal vez consista, por el contrario, en poseer todo. Porque la esquizofrenia del gentío se aferra a la posesión como los gatos al tronco que los salva del hostigamiento. Y resulta que cuanto más se posee más necesitado se encuentra el personal.
Así que, por mucho que tengas, siempre habrá alguien que te considere pobre, ese menosprecio distante con el que te sitúan en la esfera de la indigencia. Si no tienes móviles, por ejemplo. Y lo digo en plural. Porque tener móvil, uno solo, es cosa de pobres. Hay que presumir de movilización familiar, si pretendes ser alguien. La mujer tiene móvil, si no a ver cómo contactas con ella a la salida del trabajo para tomar los vinos. La hija tiene móvil, con buzón de voz y con correo electrónico, salvo que te arriesgues a no comprárselo y a soportar su desdén hogareño, ese morro perpetuamente inflado que las adolescentes ostentan, como si la familia, la sociedad y hasta el mundo entero estuvieran en sempiterna deuda con ellas. El hijo tiene móvil para lanzar mensajes a los colegas, sin ton ni son, salvo que te haya caído un mirlo blanco que, en vez de utilizar sin descanso el móvil, se pone a estudiar sin hacer ascos a los programas plastas del instituto. La empleada de hogar tiene también su móvil, no creas, has tenido que comprárselo, más que nada, para cerciorarte de que no se despista viendo la telenovela de las doce y reboza las albóndigas a la hora precisa. Cinco o seis móviles a disposición del personal de casa. Nadie puede considerarte un pobre.
Hay otras muchas maneras de convertirte automática y socialmente en pobre. Bueno, si no dispones de televisión digital vía satélite (no sabes bien lo que te pierdes, más de cien programas de todo tipo, una maravilla), no es que te conviertas en pobre, es que te conviertes en paupérrimo. Un menesteroso, ya te digo, afectado de indignidad suprema, eso eres si no dispones de abundantes canales televisivos.
Y si te asomas al mundo de la informática, ni te cuento. Ahí sí que hay pobres. Y es que es increíble. Pero cómo es posible que haya todavía gente con ordenadores de 133 megaherzios y 16 megas ram. Absurdo. Con la maravilla tecnológica de que dispone el hombre actual, fíjate, más de 800 megaherzios y 128 megas, y eso lo elemental, que puedes ampliar la potencia de tu ordenador hasta el infinito. Y las impresoras, calidad fotográfica con una resolución de 600 x 1.200 puntos en color y una velocidad de 0,13 páginas por minuto.
¿Que no tienes escáner? Pues es como si faltase el florero en tu mesa de trabajo. Pues en Internet ni te cuento, puedes conectarte a un servidor FTP y bajarte todo tipo de documentos. Un desventurado tecnológico, eso eres, más pobre que las ratas si no dispones de todos los artilugios de la ciencia actual. No sé ni cómo te atreves a salir a la calle.
Ahora, lo que te confirma realmente como perteneciente al gremio de la pobreza social, es precisamente eso, salir. Te decía al principio que llega diciembre y corres el riesgo de convertirte en pobre. ¿Cómo? Si no sales. Más: si no sales a cenar. Ya se sabe que en estas fechas todo el mundo sale a cenar. Cualquiera conoce el mejor restaurante, el más barato, el más chic, el más elegante, el más retro, el más de época. Y la discusión está servida.
—Oye, no vas a ir a un local en el que mucho mantel y mucho cristal de Bohemia y luego sales con más hambre que entraste.
—Pues qué quieres, no vamos a ir a un sitio pringoso, con servilletas de papel y mierda hasta en el borde de los platos.
Así que hay que salir a cenar. La cena social de Unicef para que el personal advierta que estás sensibilizado con el problema del hambre en el mundo. La cena de la nueva parroquia, tocado uno por la reminiscencia religiosa. La cena de la asociación ecologista, con la sensibilidad a flor de piel por los desastres naturales. La cena de los socios del Atleti, heridos y chamuscados por las llamas del infierno de la Segunda y el peligro de la Segunda B. Hay cenas para todos los gustos. Desde las viudas hasta las asociaciones de caña y tiro.
Así que, ya te digo, corres el riesgo de ser un pobre. Y no hay más remedio. Porque si no sales a cenar las seis u ocho veces que las cenas se te ponen a tiro, es cuando ya te conviertes en pobre de verdad, cuando ostentas una pobreza superlativa y recóndita, ese desprestigio del indigente que no merece la conmiseración de quienes se consideran dotados del don de la riqueza. Aunque la riqueza sea de plástico.
Y es que en la tarjeta de crédito está la raíz de su corazón.

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