miércoles, 24 de junio de 2009

ESPONGIFORMIDAD LITERARIA
(13-12-2000)
Juan Garodri




Salvo los letraheridos, plumíferos, escritores, escribientes, escribidores, plumillas y aficionados a lo de los libros, en general, y a la cosa lectora, en particular, pocos se han enterado del casposo acontecimiento del ‘canon’ de Guadalajara (México).
Vale, vale, ya hablé de ello la semana pasada, así que no te impacientes, colega, no voy a repetirme. Estaría feo. Solo pretendo decirte que, salvo en el mundillo de la cultura, pocos se han enterado. Así y todo, persevero en mis trece denunciadoras de lo casposo, a propósito del artículo que J.J. Armas Marcelo escribe en El cultural (ABC) del pasado sábado. No tiene desperdicio.
Y es que lo del «cainismo y el ninguneo intelectual y literario en función de intereses» es algo así como una enfermedad oculta, (preterida en el tiempo y en los despachos para que el personal desconozca la descomposición y la mala leche que agita a los letraheridos), un cainismo aquejado, me atrevo a comparar, de esa encefalopatía espongiforme, no sólo bovina sino literaria, que instala al enfermo en la demencia y deja el cerebro como un colador, lleno de agujeros, y al afectado de lo de Creutzfeldt-Jacob lo instala en el aire de las zapatetas para «poner en vigor a rajatabla la nefasta ley de que todos nuestros amigos son espléndidos escritores, aunque no lo sean, y todos los enemigos son pésimos escritores, aunque sean espléndidos y no lo sepamos». Como un colador, el cerebro como un colador, ya te digo.
Y es que muchos letraheridos son auténticas “vacas locas”, enfermos de la cosa espongiforme, latente en ellos durante años para, de pronto, hacerse patente con las cuatro cosas que publican, pavos instalados en el corral de los intereses editoriales.
Así que ha cundido la alarma porque Juan Manuel de Prada y otros olvidados en el libro oficial de la FIL de Guadalajara han tirado de la manta. ¿A quién interesaba mantener oculta la “espongiformidad”, esa encefalopatía literaria que no por furtiva era menos real en el cerebro escritor de muchos?
Ya escribí en cierta ocasión sobre “Lecturas buenas y malas”, aquel libro del P. Garmendia de Otaola que nos imponían de estudiantes como 'canon' de lectura. La obra constituía una referencia obligada para elegir lecturas que no precipitaran tu alma en las llamas ardientes y sulfurosas del infierno. Una obra para elegir lecturas buenas, digamos. Todo cuanto atentase contra la fe y la moral cristianas, aunque fuese de refilón, caía en la gehena de lo pecaminoso. Ilegible, por lo tanto. Menéndez Pelayo era don Marcelino, el historiador crítico-literario más importante, el sabio más sabio de todos los polígrafos (y quizá lo sea). Pemán era el poeta y dramaturgo más celebrado por su indudable facilidad literaria. ¿Qué fue de ellos? Causaba risa, cuando no bochorno, citar a Menéndez Pelayo o a Pemán.
—Pero de dónde ha salido este tío, decían al desavisado, pero si estás más anticuado que los balcones de palo, hombre.
Y nadie los citaba.
¿Por la escasa calidad de su obra literaria? ¿Por la endeble y nula capacidad investigadora? No. Eran escritores de arraigadas convicciones católicas. Por eso nadie los citaba. ¡Qué horror! Una cita de esos carcas bastaba para convertir al citador en un meapilas literario.
Algo parecido ocurre también ahora. Ya he leído por ahí diatribas más o menos furibundas, por citar dos ejemplos, contra Alfonso Ussía porque es descaradamente de derechas (defiende el concepto de España como Patria, o así) y contra Juan Manuel de Prada (ha manifestado opiniones contrarias al aborto y lee los Evangelios).
Y yo me pregunto, abobado que es uno, si la encefalopatía espongiforme literaria induce a los afectados a enjuiciar la obra de tal o cual autor por su calidad literaria o por sus ideas y afinidades. Y parece ser, por lo que se lee estos días, que los “vacas locas” literarios van derechos a cargarse no al escritor que muestra la penuria del lenguaje o la pobreza del talento, sino al que se muestra reacio, o contrario, a incrustarse en las filas del amiguismo, aunque utilice un lenguaje excelente y esté dotado de un talento portentoso.
En fin, amigo. La alarma de las vacas locas se ha extendido como se extiende la mancha de gasoil por las costas. Lo terrible es ese misterio letal que encierra la enfermedad, lo terrible es esa libertad de que goza el agente patógeno, mortal y desconocido. (No falta quien asegura que todo es un montaje de 'Quien Sea' para hundir el precio del vacuno y elevar la cota de mercado de porcino y avícola, vete tú a saber cómo andan las granjas editoriales).
Lo terrible, en fin, es que las víctimas —lo leo en El país— sufrirán insomnio, pérdida de memoria, depresión, ansiedad, retraimiento y temores. Lo terrible es que a muchos escritores el cerebro se les convertirá en una esponja irreversible, renuente al unte.
Ya me veo en el hospital, aquejado de espongiformidad cerebral, escribiendo misivas a las enfermeras en las que las llamo gaviotas, dueñas y señoras de terapias y desinfecciones, a todas horas, todo el día revoloteando con sus batas blancas como gaviotas en los basureros, debido tal vez a la contemplación despectiva de culos, barrigas y otras vergüenzas celulíticas, qué otra cosa son sino basureros y depósitos de detritus las vomiteras, las vendas sanguinolentas, los escupitajos, las gasas coronadas de pus, las úlceras y metástasis, las invaginaciones y reblandecimientos, las escrófulas y la colibacilosis, por no citar las partes blandas bien rellenas de incubaciones mondonguiles y de secreciones cancerosas y sanguíferas, como gaviotas en un basurero, eso son.
Y van y me premian por presentarme al concurso de la encefalopatía espongiforme.

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