martes, 23 de junio de 2009

EL ARMARIO
(8-10-2000)
JUAN GARODRI

Anoche ‘pasaron’ por televisión una película titulada In & Out. No me gustó. Sentía curiosidad por ver el tratamiento que Frank Oz daba al asunto, pero no me gustó. No por el tema de la película, sino por el planteamiento que, en clave de humor, a veces disparatado, ofrecieron del tema. Ni siquiera las peripecias de un Kevin Klein demasiado sometido a las exigencias de una personalidad híbrida, lograron que yo reconociera como verosímil la defensa de la aceptación social de la homosexualidad, por muy rodeada que estuviera la película de un humor extemporáneo que no venía a cuento. La astracanada y el humor bobalicón del tratamiento insistían en conseguir lo contrario de lo pretendido, ya digo: que el espectador aceptase socialmente la «salida del armario» del hecho gay. Nunca me ha gustado el humor que basa la risotada, o la sonrisa, en la opresión sicológica.
Por todas partes anda ahora lo de la «salida del armario». De manera que echo mano de lexicografía y diccionarios para explorar el significado de la frase, una frase de contenido plurisignificativo, naturalmente, pero no encuentro interpretaciones apropiadas.
El DRAE, tan prolijo y remirado a veces en sus reflexiones léxicas, se limita ahora a una sucinta descripción: «armario. (Del lat. armarium) m. Mueble con puertas y anaqueles o perchas para guardar ropa y otros objetos». El María Moliner añade algo más, pero se limita a una relación de sinónimos y equivalencias de las distintas clases de armario: empotrado, de luna y ropero. El Corominas agrega que ‘armario’ aparece en la primera mitad del s. XIII, tomado del latín armarium, «que primero significó lugar donde se guardan las armas». Finalmente, el Tesoro de Sebastián de Covarrubias aporta dos probables etimologías: según la procedencia latina, armario es el lugar donde se guardan alimentos, libros, ropa y cosas semejantes; según la procedencia griega, armario viene de ‘ermes’, pequeñas arcas donde los antiguos recogían sus ídolos, o de ‘armos’ (compostura) «por ser el lugar donde las cosas se guardan puestas en orden y compostura».
Total, que lo de la “salida del armario” no aparece por ningún sitio. Me refiero a la explicación académica de la frase. Todos conocemos, sin embargo, el significado que le atribuye la frecuencia oral espontánea, el gentío, o sea. Un significado a todas luces elogioso para el hecho que pretende ilustrar: que se respeten los modos y las modas homoeróticas. Porque no siempre es así.
A principios de septiembre, Felipe Campuzano dio un recital pianístico, al anochecer, en el marco esplendoroso del atrio de la catedral de Coria. El público lo escuchaba electrizado y admiraba aquella increíble velocidad que el arte y la pasión conferían a sus dedos. De pronto, el artista se levanta y empieza a pasear por el estrado. Con voz pausada y reflexiva se dirige al público y, en lugar de presentar la próxima pieza, lanza peroratas semipoéticas, envueltas en una sorprendente moralina. Que si el amor a España, que si el amor a Andalucía y a Extremadura, que si la fuerza interior que lo conmueve en la composición e interpretación de su música es el sentimiento patrio y la exaltación amorosa de la conciencia regional... Muchos decían, «pero este tío de qué va, por qué no se calla y toca, que es lo suyo». Otros aplaudían y le gritaban ¡bravo! Y ¡torero, torero!, creo recordar. El artista se sienta e interpreta otra pieza. Y se levanta de nuevo para hablar. Era la mecánica de su actuación.
En una de las ocasiones, la cagó. No porque confundiera con golondrinas las grajillas que sobrevolaban los focos, despistadas por el ruido y las luces, no. La cagó porque, para demostrar su amor a la patria, va y se lamenta de la degeneración actual y afirma que buena prueba de ello son los programas televisivos: no hay uno en que no salga algún maricón. Y hacía gestos desmesurados pasándose la mano por debajo del arco del triunfo. Muchos nos sorprendimos, otros no. Y le aplaudían y le gritaban lo de torero, creo recordar, etcétera. Pero no dejaba de zumbarme en la cabeza la impresión de que el artista estaba meando fuera del tiesto; vamos, confundiendo la velocidad con el tocino, que se dice.
Tal vez por esas actitudes intransigentes, gays y lesbianas estén saliendo del armario. Tal vez por esa falta de respeto de muchos hacia las opciones personales de otros, por muy ‘anormales’ que parezcan, surgen movimientos de liberación y exaltación de quienes durante mucho tiempo han permanecido dentro del armario.
Ahora mismo algunas publicaciones de ámbito nacional se hacen la pregunta de si existe una literatura homosexual o no. Literatura en la que lo nefando, lo transgresor, y el nuevo costumbrismo gay son exaltados por editoriales como 'Egales', o el 'diccionario Para entendernos', de Alberto Mira (aparecen cientos de nombres, desde Aleixandre hasta Mendicutti, desde Miguel Ángel hasta Shakespeare, desde Gala hasta Wittgenstein).
Y no sólo en literatura, o en arte. Los medios de comunicación provocan constantemente al liberalismo institucional para que aparezca como ‘normal’ (probablemente lo sea), e incluso inteligente, la representación gay de la realidad. Ahí está, sin ir más lejos, Boris Izaguirre y su glamour.
Pero bueno, tampoco hay que pasarse de rosca y pretender que solamente son inteligentes (intelectuales, más bien, dicen) los que salen del armario y que los demás somos zopencos. O que solamente ellos tienen capacidad artística, o literaria, por ejemplo.
Es cierto que el tema gay y sus partidarios han aumentado poderosamente y han perdido parte de su condición transgresora. Pero de ahí a que nos los presenten como prototipos dignos de imitar (santos inscritos en el santoral disoluto de la tolerancia), hay un abismo.
¿Hay alguien empeñado en exhibirlos como si fuesen héroes, o los más listos del patio?.
Respeto, sí. Y tolerancia.
Para héroes, los prefiero andrófobos.

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