domingo, 3 de enero de 2010

PARIDAD
JUAN GARODRI
(9-2-2008)


Tampoco es que vaya a ponerme en plan Pérez-Reverte (creo que ya empecé así alguna otra vez), pero vamos, que me gustaría ser académico de la RAE y tan famoso como él, para poder vomitar la mala lechuga de las opiniones políticas sin que me señalasen con el dedo untado de mierda.
La cosa educativa me aburre. Pero he aquí que aparece de pronto la cosa sustantiva, pilar y sostén de la democracia: la paridad. Medios de comunicación, tertulias radiofónicas y televisivas, prensa escrita y electrónica no hablan de otra cosa. Ya se sabe qué son los medios de comunicación de masas, así los llaman, cuando les da por marear la perdiz del coto con un tema sobredimensionado. Va el asunto ahora sobre la paridad. Antes lo llamaban igualdad. Pero el término debía de resultarles plano, con olor a chamusquina de revolución francesa, y han optado por sustituirlo. Paridad. La progresía también se manifiesta en el léxico. Por esta razón se prefiere el término de ‘paridad’, menos visto y convencional, al de ‘igualdad’, más republicano y rojizo.
Tucídides, entusiasta de las ideas políticas de los sofistas, llegó a pensar que todos los hombres son iguales por naturaleza, pero concluyó que esta igualdad los enfrentaba pues nadie admitía que otro fuera igual a él. La guerra de todos contra todos, «bellum omnium contra omnes». A causa de esto, quizá, Hobbes, en su «Leviathan», sugiere que la utilidad y el apetito de mando son los determinantes exclusivos del ser en el Estado. De aquí a la arbitrariedad no hay más que un paso. Aunque los gobernantes se ‘sientan’ legitimados por las urnas, que son la metáfora de la sumisión.
Según mi tío Eufrasio, es confuso el concepto de paridad porque “todos somos iguales, pero unos más iguales que otros”. No me gusta la paridad, mucho menos impuesta por ley. El ‘fifty-fifty’ llama a engaño. En las listas deben entrar los políticamente cualificados, hombres y mujeres, no los pesebrilmente arrimados.

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