lunes, 4 de enero de 2010

LA COSA DEL TABACO
JUAN GARODRI
(7-6-2008)

Me contaron un chiste que me hizo bastante gracia. Un tipo entra en un estanco a comprar una de esas cajetillas orladas de leyendas amedrentadoras. El tabaco puede matar. El tabaco produce cáncer. El tipo compró una y leyó: ‘el tabaco produce impotencia’. Inmediatamente la devolvió a la estanquera y le dijo que, por favor, que prefería una de las del cáncer.
Toma salero. Ni temor a los mensajes de muerte ni caso a las campañas antitabaco. Nada. La enfermedad y la muerte son cosa de los otros. La enfermedad y la muerte es lo que uno oye que ha ocurrido a otros. Una cosa tan lejana, la muerte. ¿Cómo va a estar uno pensando en la muerte cada vez que enciende un cigarrillo? Aparte de que la publicidad que induce al susto y al espanto no es más que falsa alarma para que el fumador no disfrute. Ni caso. Que la Sanidad pública se invente otras para ahorrarse gastos. A la Administración no importan las 10.000 personas que murieron en Extremadura durante el año 2004 por causas achacables al tabaco. Le importa ahorrar gasto sanitario.
Cosas así debe pensar el gentío extremeño para dar lugar a la reciente información aparecida en HOY (31-5-08): «Los extremeños gastaron 250 millones de euros en tabaco el año pasado». ¡Qué bárbaro! ¡Más de cuatrocientos mil millones de pesetas! ¡Gastados en tabaco! ¿Pero no habíamos quedado en que Extremadura es una región pobre? La Junta se desmelena para atender al necesitado, para proporcionar pisos dignos y baratos, para regalar libros de texto en los colegios, para colocar aceras y farolas en los pueblos, para construir residencias de tercera edad, para dotar bibliotecas. Porque el ciudadano carece de recursos. Joder, ¿cómo va a tenerlos si se los gasta en tabaco? ¿De dónde saca el personal tantísimos millones para gastarlos en tabaco? Misterio. Y aún más. En estos primeros meses de 2008 la venta de cigarrillos ha aumentado un 9%. Ni crisis, ni recesión económica, ni subida de los carburantes, ni carestía de los alimentos, ni batacazo inmobiliario. Aquí no se perciben esas catástrofes que los economistas airean con el espanto de las pandemias. Muera el gato muera harto.

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