domingo, 3 de enero de 2010

ELOGIO DE LO CUTRE
JUAN GARODRI
(29-3-2008)


Sí señor. Me gusta el Chiqui-chiqui. La vida puede ser maravillosa, Salinas. ¿Cómo puede haber alguien a quien no le guste el chiki-chiki? (Perdón, confundo el fútbol con la cutremúsica).
Es evidente que para Theodor W. Adorno (que además de filósofo, psicólogo y sociólogo fue compositor musical y musicólogo), el tupé del Rodolfo Chikilicuatre —¿o es Chikilicutre?—, hubiera sido la reproducción de un histriónico tsunami intelectual. O tal vez le hubiera contagiado una contracatarsis desproporcionada al espíritu, porque un tupé de ese calibre le provocaría una experiencia interior aterradora. Sobre todo si se tiene en cuenta que Adorno era hijo de una célebre soprano lírica y que no era precisamente conocimiento musical lo que le faltaba. Adorno expuso que el arte actual (actual de su época, qué no diría del arte de la nuestra) estaba descoyuntado por la cultura industrial «donde el arte es controlado por las exigencias del mercado» y se le ‘echa’ a un gentío indefenso que lo consume, tal como las ovejas consumen alfalfa. Es una visión del arte en términos de izquierda intelectual (visión del arte cutre, quiero decir) al que él se refiere con el término de “kitsch”, término alemán que significa ‘barrer la mugre callejera’, arte que se adhiere al gusto por lo vulgar y por lo formalmente incoherente. Aunque en realidad Adorno lo aplicaba a los ‘nuevos ricos’ que pretendían a toda costa, con falta absoluta de buen gusto, imitar a las élites culturales de Munich. Tal vez los ‘nuevos listos’ de hoy (cadenas de televisión y prensa) lo hayan emulado para despiporre, animación y regodeo del cutrerío.
Y a eso hemos llegado. A difundir desconsideradamente la dimensión cutre de la música a base de una extensión rítmica vulgarmente pegadiza, de un tupé supergaláctico, de unas gafas de grillo miope, de una miniguitarra de plástico y de unos culos rotundos removidos por dos tías buenorras.



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