domingo, 10 de enero de 2010

LO DEL MOTOR
JUAN GARODRI
(2-8-2008)

Siempre me han gustado las revistas del motor. Después de leer durante varias horas libros digamos ‘profundos’, (sin ánimo de petulancia, que siempre sale el cagaleches y te estropea el guiso, esos eructos de la cercanía), repito pues que, después de leer páginas y páginas de Historia de la Estética de Edgar de Bruyne, por ejemplo, las páginas de las revistas del motor me ofrecen una diversión (en el sentido etimológico de ‘adentrarse por otro camino’) gratificante. Los coches poseen la belleza estética de la estatua griega. Las revistas del motor muestran los nuevos modelos con esa rutilancia de los colorines que las páginas del papel cuché elevan a la categoría de obra de arte efímera. La obra de arte es bella por la accidentalidad de su forma, que es así pero pudo ser de otra manera. Los coches son así, bellos, porque incendian el ojo del observador, y la mirada encendida desea la posesión del objeto. En ese momento de la apreciación sublime, el incendio de la sangre alucina al gentío que no piensa en el perjuicio o el provecho que el objeto le origine sino en la estructura del objeto en sí. Nada hay más hermoso que un ‘último modelo’ poderoso, veloz, con capacidad para fulminar la distancia. «Nada hay más hermoso que el fuego llameante, ardiente, abrasador… Calienta, sana y cuece, pero también abrasa, hiere y causa dolor», Boecio dixit.
Hay buenos especialistas en las revistas del motor. Ejercitan la crítica del ‘nuevo modelo’ con pasión y hasta con cierta elegancia descriptiva. No deja de parecer una metáfora automecánica, casi un hallazgo, la aserción de que la tracción total de un all off-road lo inscribe en la curva con una precisión absoluta. La frase instala al coche en lo perdurable porque lo ‘inscribe’ en el asfalto. Y toda inscripción es, esencialmente, permanencia. También leo que las sensaciones del afortunado que tripula uno de esos modelos poderosos son ‘exultantes’, es decir, que sobrepasan no ya la propia satisfacción personal sino que elevan su ego al grado de la exultación, que es el superlativo absoluto de la alegría.
Los verás pero no los catarás. Es el epílogo de la revista del motor.

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