viernes, 1 de enero de 2010

DISTANCIA Y RENOVACIÓN
J
UAN GARODRI
(27-10-2007)

La normativa en materia de seguridad vial es teóricamente perfecta. En la práctica, no tanto. Dos ejemplos.
El pasado fin de semana, circulaba yo por la periferia de Valladolid siguiendo los indicadores Tordesillas-Salamanca. En esa circunvalación, de doble vía, siempre hay embotellamientos y retenciones. Los semáforos, los pasos de peatones y las frecuentes salidas a derecha e izquierda ralentizan el tráfico. Los coches circulan manteniendo entre si una distancia de dos o tres metros. En una de las infinitas paradas, me detuve detrás de un utilitario rojo que llevaba junto a la luna trasera un osito de peluche. De las manos del osito, colgaba un letrero que decía: «Estás muy cerca, cabrón». Y, efectivamente, entre mi coche y el que me precedía no existía en absoluto distancia de seguridad. Y este es el cascabel que tintinea en mi mano buscando a alguien que quiera ponérselo al gato de la distancia de seguridad. Porque ocurre que el intento de mantener dicha distancia entraña tanto peligro como hablar por el móvil, controlar el GPS o buscar la emisora de radio preferida, entre otras distracciones fatales. Distancia de seguridad. Para conseguirla, aconsejan que tome un punto de referencia (ya empiezo a distraerme), y lo busco. Puede ser aquella señalización que diviso en lontananza (aumenta mi distracción) para referenciarla con el parachoques del vehículo que me precede. Echo una ojeada al reloj digital (mi distracción se consolida) y cuento tres segundos hasta que mi coche coincida con la referencia señalada. Voilà. He encontrado la distancia de seguridad. Para entonces mi distracción ha ido en aumento y he acrecentado, por consiguiente, la posibilidad de pegarme el hostiazo de mi vida.
El informe FITSA asegura que hay que jubilar 4,7 millones de vehículos en España. El parque automovilístico ha envejecido y, si no se renueva, la seguridad corre peligro y la contaminación irá en aumento. Correcto. Hay una pega, sin embargo. Gorda. Que esos millones de dueños de vehículos viejos no los mantienen así por gusto, sino por falta de dinero. No todo el mundo puede comprarse un coche cada cinco años. De hecho, hay cinco millones que no pueden comprarlo. (Aparte de quien no quiera, porque la peor inversión es la compra de un coche).

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