viernes, 19 de febrero de 2010

LO DEL CHISTE
JUAN GARODRI
(17-1-2009)


Como no hay otra cosa de qué hablar pues, nada, los medios han tirado de lo del chiste. Y es que en España el chiste es como una segunda piel. No sé si los españoles somos tan chistosos por inteligentes o poco inteligentes porque nos desborda el chiste. Ahí tienen ustedes a los ingleses, por ejemplo, que cuentan unos chistes sosísimos y se parten de risa inteligentemente flemática.
Es el caso que la señora diputada Monserrat Nebrera acaba de hacerse famosa por su ridícula concepción del chiste. Resulta que, para ella, el habla de la ministra Magdalena Álvarez es un habla de chiste y, como la ministra es andaluza, muchos han deducido que el habla de los andaluces es de chiste, y se han sentido menospreciados. Una cosa es la escasa facilidad expresiva de la ministra de Fomento, oigan, que produce ansiedad oírla, y otra cosa muy distinta es que su expresión con acento andaluz sea de chiste.
Sepa la señora diputada (advierto el subidón docente que me sobreviene) que toda lengua está determinada por las circunstancias históricas por las que han pasado los pueblos que la usan. Donde se manifiesta la huella de la Historia con mayor evidencia es en el léxico. Cada contacto cultural ha dejado una aportación en el vocabulario y en su pronunciación. Las transmisiones patrimoniales (palabras provenientes del latín vulgar) y los 4.000 arabismos debidos a la estancia de los árabes en la parte meridional durante ocho siglos, marcan el habla de los pueblos del sur y mediodía peninsulares. Andaluces y extremeños. Contundencia seca y expresiva de Rodríguez Ibarra o Felipe González. La aspiración de las eses no es muestra chistosa de incultura. Es una herencia digna de la fragmentación lingüística que dio origen a dialectos diferentes. También el occitano marcó en buena parte el habla de los países catalanes y no se considera chistosa la pronunciación propia del català d'Aragó.
En fin, no hay que agarrase sólo a la pronunciación de las palabras, sino a su significación. Porque en otro caso, podría decirse retorciendo el pescuezo al pollo, que el prefijo ‘di-‘ significa ‘dos’; ejemplo: diplopía, fenómeno que consiste en ver dobles los objetos. Como el prefijo di- precede a di-putada, vendría a duplicar la literalidad de la palabra que perjudica a alguien. Vulgo cabronada (a andaluces y extremeños). Y tampoco es eso, oiga.

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