domingo, 21 de febrero de 2010

OTRA DE EDUCACIÓN
JUAN GARODRI
(19-9-2009)


Entre las primicias de la literatura didascálica griega se encuentran las fábulas de Esopo. Y ahí está la del lobo, ya sabe usted.
Así ha ocurrido con la educación en los centros docentes. Desde que Rubalcaba, Marchesi y Maravall entregaron el poder educativo a los uncidos al yugo institucional y se cargaron la ‘enseñanza’ con la idea de la ‘educación’ a partir de los conocimientos previos, el lobo ha despanzurrado poco a poco las ovejas y nadie le ha hecho caso. Ahora quieren ayudar al pastor, ahora, cuando el rebaño se encuentra desperdigado.
Los medios de comunicación comentan que los sindicatos de funcionarios docentes, la presidenta de la Comunidad de Madrid, el ministro de Educación y el mismísimo Rey pretenden solucionar la catástrofe. Ahora quieren investir al profesorado con la orla de “autoridad pública”. A buenas horas mangas verdes. Leo por ahí “que los casos de agresión a estos funcionarios docentes sean tipificados como delitos de atentado y se aplique a los agresores los artículos 550 y 551 del Código Penal, que contemplan penas de uno a tres años de cárcel”. Oiga, que está muy bien la medida, oiga, que son ya años tragando el marrón de la falta de respeto, el insulto y la agresión. Al trullo con ellos. Vale. Me atrevo, sin embargo, a decir, que la medida no es suficiente. Puede que con ello se solucione un caso puntual de agresión: manda al agresor a la cárcel. Pero un caso puntual (o dos, o cincuenta) no soluciona el problema. La cuestión no está sólo en sancionar a los agresores, sino en implicar a todas las instancias educativas para que no agredan.
Los comportamientos que hacen papilla el funcionamiento “interior” de un centro, eso es lo que hay que sancionar. Esa tolerancia idiota que impide expulsar de clase (porque el profesor que expulsa es ‘inepto’), que impide expulsar del centro (porque la directiva que expulsa no es apta para una educación progresista), esa tolerancia imbécil que concede al alumno el extraño derecho del desplante verbal, del desprecio, de la guasa, del acoso, esas minúsculas agresiones constantes que se pegan a cualquier ámbito como una melaza, eso es lo que se carga la educación. Los padres, la sociedad y la legislación (que no impone un ambiente de aprendizaje) son los culpables. No los profesores ni los maestros.



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