domingo, 21 de febrero de 2010

CABREO SORDO
JUAN GARODRI
(2-5-2009)


Ando decrecido en medio de una causa perdida. La de los datos. De cara al exterior, la intimidad individual se asienta en los datos. Tus datos son tu afirmación. Uno es nadie si carece de esa minúscula y tibia alcoba de los datos personales. Uno encuentra en ella su protección. Si se derrumba la concavidad protectora de tus afirmaciones, te diluyes en la nada. Tu lugar y fecha de nacimiento, el nombre sagrado de tu padre y el de tu madre, tan entrañables. Y más datos, si estás casado o soltero, divorciado, separado o emparejado, si viajas al extranjero o veraneas en el Pirineo aragonés, si tienes dos hijos y dos hijas, o uno y una, o ninguno, tu profesión, tus aficiones y la marca del coche, dónde trabajas, qué categoría profesional es la tuya, de qué poder adquisitivo disfrutas. Todos tus datos, toda tu intimidad volando por ahí, toda la amplitud de tus obsesiones, de tus aficiones, de tus devociones, de tus adquisiciones, todas las cicatrices de tus apegos y fidelidades, toda la interioridad de tus desvaríos, todos aparcados en las bases de datos de no se sabe quién, diseminados en las agendas de cientos de casas comerciales, tus datos en el aire, y tú con el culo a las goteras, quién coños ha difundido mis datos, quién ha negociado con ellos, quién ha sacado tajada de ese rastro de mí mismo, ese rastro a veces doloroso que he ido dejando a lo largo de la vida por las covachuelas oficiales, por los garitos institucionales, por las agencias y organismos, qué hijo de madre ha comerciado conmigo.
Ay, es causa perdida. Detener el vuelo carroñero de mis datos es una causa perdida. Y que no me vengan con la protección de la intimidad, y todo eso, instituida desde los organismos oficiales. De poco vale. No hay día en que no reciba información de productos inimaginables, incluso estúpidos. Cientos de folletos informativos tentando mi bolsillo para que adquiera belleza, sabiduría, cultura, música, salud, acciones en bolsa, vacaciones, viajes baratísimos, fondos de inversión, jamones, portátiles y televisores LCD.
(Así que he colocado junto al buzón una papelera y he jurado, ante el altar de la exasperación, coger con dos dedos, como quien coge una rata, toda la diaria publicidad que reciba y arrojarla a su fondo. Sin ni siquiera mirarla, claro).

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