domingo, 21 de febrero de 2010

VELOCIDAD
JUAN GARODRI
(20-6-2009)

Guillermo de Torre, uno de los impulsores del vanguardismo, escribió en la «Gaceta Literaria», junio de 1930, una lista con los nombres de los movimientos de vanguardia. Entre ellos se encuentra el ‘Futurismo’ junto a su fundador, Filippo Marinetti. El estudioso de los movimientos de vanguardia sabrá mejor que yo que el futurismo fue un movimiento subversivo: proclamaba el supremo coñazo que en términos no sólo literarios, también sociales y artísticos, producía la civilización occidental. Un aburrimiento, un hastío y un cansancio insoportables. Así que Marinetti no se anduvo por las ramas y proclamó el 20 de febrero de 1909 que «el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad». Después añadió todo aquello de que un automóvil lanzado a toda pastilla es más bello que la Victoria de Samotracia, esa hermosa escultura de un cuerpo de mujer alado, semidesnudo, sin cabeza, con pliegues abundantes tapándole los muslos. No sé qué hubiera pensado Marinetti si llega a conocer los prototipos de la Fórmula 1.
Pero vamos a la velocidad. Me gusta. Lo que me sienta como una patada en el escroto es el abuso de la velocidad, abuso del que hacen gala muchos motoristas domingueros émulos de Valentino Rossi y de Jorge Lorenzo. Hablo de hechos que observo con frecuencia cuando viajo a la Sierra de Gata (Ex -109). Tramo de Moraleja a La Fatela. Cientos de curvas. Bien.
Los motoristas domingueros te adelantan sin contemplaciones (supongo que serán algunos, no todos). No existen las líneas continuas. No existe el límite de velocidad. El tramo de “El puerto de Perales” (transcurre desde la Fatela hasta la provincia de Salamanca) se convierte en un Montmelò divertidísmo, con cientos de curvas y rampas de hasta el 9’5 %, como si los aficionados a pilotos realizasen sus entrenamientos libres, con sus monos de cuero, sus cascos modulares Caberg, sus botines Xtreme de Diadora, sus guantes de RacingBoutique, una maravilla de equipamiento, y sus máquinas de 500 cc, o más, balanceándose de derecha a izquierda en un bamboleo excitante y peligroso. Y yo en mi coche, soportando las rapidísimas pasadas, con un acojonamiento que oscila entre la admiración y el juramento en hebreo.
Para Marinetti, el pobre, la velocidad de los vehículos de su tiempo no sobrepasaba los 100 kh. No tenía ni idea del riesgo mortal de la belleza.

No hay comentarios: