PURITY RING
JUAN GARODRI
(11-8-2007)
Hay noticias sorprendentes. En una sociedad mugrientamente libre, constituye una desafinación tan atonal como dodecafónica la cosa de la pureza. Y va y sale Lydia Playfoot y no solo dice que es virgen sino que quiere conservarse virgen. ¿Deseo desmesurado de publicidad o deseo descomedido de castidad? Pues nada, que la chica no se anda con ocultaciones arcangélicas y va y se pone un anillo de plata en el dedo anular de la mano izquierda y se presenta en el colegio así, anillada, como paloma doméstica portadora de un mensaje purísimo. El “purity ring”, el anillo de la pureza. Qué desfachatez, clamaron a coro las señoritas Rottenmeier del claustro escolar. Nosotras, que teníamos que escondernos en los servicios para el morreo apresurado y efímero de los cinco minutos entre clase y clase, que burlábamos la vigilancia de las esquinas para el sobeteo epidérmico, que aleteábamos en el equilibrio del embarazo no deseado, y ésta nos sale con el tema involutivo de la pureza. O poca vergüenza o mucha desvergüenza. La del ‘purity ring’ rechaza de plano las mieles del sexo y prefiere las hieles asexuadas de la virginidad. Falta grave de comportamiento. Castigo y separación del resto de sus compañeras. Porque vete tú a saber, lo mismo convence a las demás chicas y las arrastra a las insalubres aunque engañosamente cristalinas aguas de la virginidad. Procedamos a su exclusión. A la calle. Fuera del cole. Expulsada por llevar anillo tan provocador. Si el anillo fuese un símbolo de la religión cristiana, a la que dice pertenecer, pase. Pero su anillo no simboliza creencia religiosa alguna, ni dogma mistérico.
JUAN GARODRI
(11-8-2007)
Hay noticias sorprendentes. En una sociedad mugrientamente libre, constituye una desafinación tan atonal como dodecafónica la cosa de la pureza. Y va y sale Lydia Playfoot y no solo dice que es virgen sino que quiere conservarse virgen. ¿Deseo desmesurado de publicidad o deseo descomedido de castidad? Pues nada, que la chica no se anda con ocultaciones arcangélicas y va y se pone un anillo de plata en el dedo anular de la mano izquierda y se presenta en el colegio así, anillada, como paloma doméstica portadora de un mensaje purísimo. El “purity ring”, el anillo de la pureza. Qué desfachatez, clamaron a coro las señoritas Rottenmeier del claustro escolar. Nosotras, que teníamos que escondernos en los servicios para el morreo apresurado y efímero de los cinco minutos entre clase y clase, que burlábamos la vigilancia de las esquinas para el sobeteo epidérmico, que aleteábamos en el equilibrio del embarazo no deseado, y ésta nos sale con el tema involutivo de la pureza. O poca vergüenza o mucha desvergüenza. La del ‘purity ring’ rechaza de plano las mieles del sexo y prefiere las hieles asexuadas de la virginidad. Falta grave de comportamiento. Castigo y separación del resto de sus compañeras. Porque vete tú a saber, lo mismo convence a las demás chicas y las arrastra a las insalubres aunque engañosamente cristalinas aguas de la virginidad. Procedamos a su exclusión. A la calle. Fuera del cole. Expulsada por llevar anillo tan provocador. Si el anillo fuese un símbolo de la religión cristiana, a la que dice pertenecer, pase. Pero su anillo no simboliza creencia religiosa alguna, ni dogma mistérico.
La pobre señorita Playfoot, cargada de pureza, reclama ante los órganos judiciales para que subsanen su injusta expulsión. Nada. La Justicia británica, convencida de que hoy día cualquier chica que se precie tiene que llegar a los diecisiete con su resbaladiza experiencia repleta de relaciones prematrimoniales, que para eso se mueven en la nube algodonosa de las ‘teenager’, la Justicia británica, repito, sentencia que Lidia Playfoot no puede llevar en su dedo inocente el anillo que simboliza la pureza, si es que quiere ser readmitida en el colegio. Y es que la pretensión de virginidad es hoy una hornacina del santoral, como mucho.
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