viernes, 14 de agosto de 2009

LA TRAFICOMEDIA
(8-8-1999)
JUAN GARODRI


Los hay grandes, medianos y pequeños, todo el mundo lo sabe. Los grandes, inmersos en la altura de su intangibilidad, han conseguido el inmenso poder de los billones (el único poder de hoy) traficando con armas o con droga. Y así, mangonean en los Gobiernos, desatan la seda letal de su influencia para acojonar a congresos y senados, presionan con los dedos amenazadoramente yertos de la muerte para doblegar espaldas y tribunales, todo el mundo lo sabe. Los medianos brujulean en aguas de bajura y sacan tajada de la intermediación y las extorsiones a pesar de que, de vez en cuando, la policía ‘intervenga’ diez o doce mil kilos, todo el mundo lo sabe. Los pequeños ratonean en los albañales de la noche, en medio del amor putero, o entre preservativos y adolescencias, a salto de mata pobretona y roedora, o al atardecer de los barrios, entre meadas y rincones tristemente anochecidos. Son los traficantes, magnificados, empequeñecidos, exaltados y podridamente explotados por el celuloide hollywoodense, esos desmadres americanamente peliculeros bien rellenos de tacos, follaciones, pistolas, metralletas, héroes corruptos y villanos más desgraciados que perversos. Son los traficantes, todo el mundo lo sabe.
Sin embargo, amigo, no voy a darte el coñazo con ellos. Voy a hablarte de otros. Voy a atreverme a hablarte de otros. No son perseguidos por la policía. No son encarcelados. No son condenados por un jurado digamos independiente. Y aunque me repatea el uso desemantizado de la frase hecha, me veo en la necesidad adrenalínica de utilizarla: viven en la más completa impunidad. Se trata, en fin, de los «traficantes de cerebros» (Maruja Torres dixit).
A riesgo abierto, voy a utilizar mi personal parcela hermenéutica para comentar la cosa. Y así, entiendo que el traficante de cerebros es una termita tenazmente incansable que no destruye el cuerpo sino la mente (si te huele a moralina, pasa la hoja y vete a otra sección). Y la destruye a base de presentar lo blanco como negro y al revés. Y va el gentío, ahuecado por la roedura termitera, y acaba creyéndoselo. El traficante de cerebros lleva a cabo sus actuaciones en la traficomedia. Voy a ponerte unos ejemplos de traficomedia. (El criterio de enumeración no es selectivo sino aleatorio).
Traficomedia. Toma número 1. La fauna política se deshace en promesas de amor preelectorales. Después de consumado el matrimonio en el altar de las urnas, se hace acopio de votos y empieza un trapicheo frenético y esquizoide. Se trafica con la voluntad popular, se venden votos a cualquier chichirimundi y se ofrecen ‘puestos de gobierno’ a espaldas de lo que el votante hubiera deseado. Como si los votos legitimaran la chapuza. Se pacta, a continuación, la subida de sus sueldos, un treinta, un sesenta, un cien por cien (Calvià, por ejemplo). Todos de acuerdo. En lo tocante a la pasta, el consenso se hace carne mortal inmediata. Trafican con la credibilidad y el cerebro del personal. Traficantes impunes.
Traficomedia. Toma número 2. Los buitres internacionales trafican con los billones de la reconstrucción de Bosnia. Cuantas más armas vendieron, más reconstruyen ahora. Mira, si no, los contratos concedidos a empresas estadounidenses y alemanas, precisamente. (El asco me impide la explanación narrativa). Trafican con la credibilidad internacional. Traficantes impunes.
Traficomedia. Toma número 3. Los programas horteras de las televisiones nacionales, autonómicas, públicas, privadas, regionales, locales, mundiales. Una ensalada de cutrería y mal gusto. Pululan idiotipos opinadores y sandios que expanden un desagradable olor a «progretura», ese refrito entre progresía y horterismo que sume en la idiocia al incauto que se acerca a mirar al chiringuito. Trafican con el cerebro de los televidentes. Traficantes impunes.
Traficomedia. Toma número 4. La publicidad indiscriminada, ese lepidóptero tecnológica­mente perfecto que chupa las ansiedades del personal. Insuperablemente hábil para el lavado de cerebro, hace creer, en general, que quien posea el producto llegará a ser más sano, más rico, más guapo, más sexy, más culto, más in, más cachas, más bello, más todo (utilizo el masculino con el valor tradicionalmente gramatical que incluye también al femenino, no creas). Por contra, quien no lo posea se metamorfoseará en un gusano kafkiano, última sardina de la banasta social hundida en la miseria de una frustración pestilente. Trafican con los sentimientos del gentío. Traficantes impunes.
Traficomedia. Toma número 5. Traficantes del horror. Espeluznante tomadura de pelo universal en cuya representación pretenden hacer creer al gentío que lo salvan del peligro destructor (?). Para ello salen a escena, de vez en cuando (Corea, Vietnam, Bosnia, hay más ejemplos), y juegan (jouer, representar un papel) a la guerra y la provocan y la organizan y matan. (Si crees que exagero, repasa los «Documentos TV» del día 30 de julio y pregúntale a la CIA). Trafican con el horror y con la muerte. Traficantes impunes.
Ya sé que vas a decirme, amigo, que, puestos así, todo el mundo trafica con el cerebro de los demás. La prensa, los libros, la música, las religiones, los deportes, todo el mundo trafica con ideas o sentimientos o sensaciones de los otros. Trafican con el cerebro ajeno, vamos. Que incluso yo, vas a decirme, trafico con el cerebro de los que lleguen a leerme. Puede ser. Por eso advierto que todos nos hemos convertido, más o menos, en cómicos despendolados de esta estúpida traficomedia.

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