jueves, 19 de noviembre de 2009

SIN BOMBO NI PLATILLOS
(24-12-2005)
JUAN GARODRI


Este año que hasta las televisiones se han instalado en la orilla laicista y ni ponen belenes ni nada (para no herir la sensibilidad, respetuosos que son con el gentío), pues como que a uno no le queda más remedio que hablar de lo del bombo y los platillos.
El bombo parece bobo. No tienes más que quitarle la eme. Los platillos parecen de hojalata. No tienes más que quitarle la hoja. Además, el bombo parece un bobo solemne porque no hace más que resonar en vano, que así se tomaba antiguamente el nombre de Dios cuando se juraba sin fundamento. Los platillos parecen viejos patriotas, que han perdido su antiguo esplendor resonante oxidados por el gesto cansino de la percusión, que hasta el cimbalero del címbalo se ha cansado de hacer sonar el bronce. Sin bombo ni platillos, triste orquesta. Que esta noche es Nochebuena y el címbalo y el rabel de los villancicos castellanos han perdido el lustre del pueblo ilustre, perdidos entre la bullanga de los supermercados y el miedo del gentío a no ser feliz. Plauto y Terencio hubieran expresado de forma insuperablemente irónica, enredados en alguna farsa atelana, el espectáculo triste de esta orquesta sin bombo ni platillos. Hasta los cómicos de la legua portaban en sus carromatos su bombo y sus platillos para acompañar las piruetas de la cabra y del oso. El bombo tal vez no fuera un bombo sino un viejo parche descosido que simulara el ritmo necesario. La Commedia dell’Arte surgió sin bombo ni platillos, pero no los necesitaron. Los numerosos monólogos, las discusiones, las dobles caras y las confusiones contribuían al alboroto. Los actores, con sus discusiones e insultos, necedades y extravagancias, pretendían burlarse del contrario y hacer reír al gentío a costa de su descalificación. Se insultaban sin destemplanza. El insulto entre protagonistas (convertidos en antagonistas) hace vibrar de agitación al pueblo. No hay como el insulto para excitar a la risa, al carcajeo y al jolgorio. El espectador deposita en el insultado una venganza ajena, un turbio descontento que cada uno resiente quizá debido a ocultas humillaciones personales que ahora escupe cuando escucha el insulto del otro, sobre todo si ese otro es personaje importante. Así que en el insulto se asienta la patachoda de la comedia barata. Porque hay que entretener al personal en la plaza del pueblo. Sin ruido y sin baraúnda no es posible divertir al personal. Arlequín y Colombina quizá no utilicen ni bombo ni platillos, pero se las arreglan para divertir al público mientras improvisan sobre la marcha, adaptándose al auditorio; así manifiestan aquello que al público le gusta oír. Polichinela, eternamente lánguida, desarrolla por medio de la improvisación la filosofía de sí misma: una bomba sin eme de la melancolía (los bombos sin eme también son melancólicos).
Un bombo sin eme se queda en nada. Es la eme, precisamente, la que produce el retumbar del bombo. El director de orquesta puede marcar el ‘tempo’ de la interpretación y darle entrada al bombo, pero si el bombo no tiene eme la resonancia se queda flojicorta, con lo que no tienen más remedio que apretar los contrabajos. Do-fa, do-fa, do-sol, do-sol, do-fa. Como locos los contrabajos, dale que te pego a los saltos de cuarta y quinta, para ver si consiguen remediar lo del bombo. Si los platillos no tienen hoja, se quedan en la desnudez de la pura lata, con lo que suenan a fanfarria de verbena populachera. Una lástima los platillos sin hoja. Su aleación cupriargéntea no resiste el recorte y se quedan sin eco, esa repercusión metálica que taladra los tímpanos con miles de corcheas (el eco de los platillos, quiero decir).
Sin bombo ni platillos. Sin bobos ni hojalatas. Dejémonos de orquestas. El único bombo que emociona al gentío es el de la lotería de Navidad. Como anteayer.

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