sábado, 14 de noviembre de 2009

ARENAS MOVEDIZAS
(5-11-2005)
JUAN GARODRI


Llega mi tío Eufrasio y me dice, Qué, supongo que verías anoche el debate televisivo, el del Estatuto. Sí, le digo, aunque no soy aficionado al teatro, lo vi. Y ¿qué te pareció? Me pregunta. Y yo voy y le respondo, Me sentí idiota.
Efectivamente, todavía no he logrado sacudirme de encima el barro mental que me salpicó anoche. El barro de la estupidez. Me hundía en una ciénaga de arenas movedizas. En la aparatosa representación teatral que contemplaba, yo era el estúpido que chapoteaba en medio del barro. Tumbado en el sofá de la incongruencia, hundido hasta las cejas en la discusión embarrada del discurso partidista, contemplaba las imágenes televisivas que retransmitían las ocurrencias en el Congreso de los Diputados. Se debatía la admisión a trámite del proyecto de reforma del Estatuto de Cataluña y no había manera: una particular sensación de idiotez me embargaba. La sensación que producen las portadas de Forges que ilustran las ediciones de «Informática para torpes», usted comprende, cuando en las ‘grandes superficies’ vas olisqueando entre las estanterías de libros a ver si encuentras algo (y no encuentras).
A mi modo de ver, los ponentes aprovecharon el debate para descalificarse: más bien para descalificar al PP los partidarios del sí, y para descalificar al PSOE y socios el partidario del no. ¿Por qué se descalifican mutuamente? Es claro como el agua clara. Dentro de la representación teatral en que se ha convertido el Congreso, se utilizan las actuaciones de cada uno de los actores para sacudir estopa al contrario y desacreditarlo. Es la verdad de Perogrullo. De esta forma, posiblemente le reste votos e impida que gobierne en las próximas elecciones. Es la única razón actuante de la política. Y así, El señor Rajoy, a vueltas con la desintegración de España, señaló como único culpable de la posible fragmentación española a Zapatero. «El estatuto es el precio que debe pagar Zapatero para seguir gobernando, aunque sea el precio de alentar la ruptura de España», dijo. A su vez, la intervención de los demás ponentes consistió en dar caña a Rajoy más que en aclarar sus posiciones ante el Estatuto. Daba la impresión, a mí me lo parecía, de que representaban un papel, previamente estudiado, en el que la persona se adecuaba al personaje para desarrollar los pasos de la escena tradicional: unidad de acción, de lugar y de tiempo. Entre esas aguas nadaba estólidamente la frialdad política de Zapatero. Magnífica representación que concitaba los aplausos de sus socios y aliados.
Especialmente teatral me parecieron algunos pasajes del discurso (llamémoslo así) de la señora diputada catalana, representante del PSC, Manuela de Madre. Con qué aparente convicción afirmaba que ella era catalana y española. Nadie podría echarla de España porque Cataluña es España y como nadie puede echarla de Cataluña pues etcétera. Fue fácil la cosa del debate para los defensores del Estatuto. Las arenas movedizas de un consenso forzado engullían de forma imperceptible pero milimétrica, poco a poco, las actitudes simuladas de los defensores del ascua en la sardina propia. Particularmente espectacular se mostró Carod-Rovira. Disfrazado con una piel de cordero que le sentaba como a un santo dos pistolas, se parapetó tras un discurso tal vez impecable (implacable mejor) para asegurar que, de las dos Españas: la de Zapatero y la de Rajoy, prefiere la primera, afirmada en el progreso, en el consenso y en el olvido de 1939, una España con la que se pueda pactar y con la que se pueda dialogar (no dijo a la que se pueda pertenecer). El rito de la ceremonia puesto en escena se cumplía escrupulosamente. Si un modelo federal es inconstitucional para España, ayer se arrojaron a las arenas movedizas los miedos a la España plural. Las arenas movedizas de la división. Y yo tragándome el bodrio. Idiota.

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