sábado, 7 de noviembre de 2009

A ESCUPIR A LA CALLE
(8-10-2005)
JUAN GARODRI


Así nos lo decían cuando sobrepasábamos los límites de la norma impuesta por la tribu. Era una manera más o menos despectiva de metaforizar la exclusión. Te echaban. Fuera, a hacer gárgaras. A escupir a la calle.
A partir del próximo 1 de enero, según leo, el fumador tendrá que salir a fumar a la calle, quedará convertido en un ser apestado y contaminante (y apestoso, que no en vano el tabaco envuelve ropas y cabello en una maloliente aureola que deja su rastro en el pasillo, bien entrada la madrugada al regreso de las copichuelas del viernes), un ser malquisto, excluido de la sociedad, del grupo, de la corporación, de la oficina. A fumar a la calle. La empresa sin humos. Y, ay del osado que se atreva a contravenir la norma: será multado con multa inmisericorde y eurística y, por si fuera poco, cualquier operario o profesional no fumador puede plantear su queja sobre un compañero fumador para que se joda y deje de contaminar, que ya está bien, hombre, a través de los ‘grupos de trabajo sobre satisfacción de los empleados’, que es como ahora llaman a la Inquisición existente en las empresas para combatir los malos hábitos. Actualmente, si se elimina la sala de fumadores y se impone a los trabajadores la obligatoriedad de no fumar en sitio alguno, salvo en la calle, y se generaliza la posibilidad de denunciar al compañero (Inquisición sanitaria) por el hecho nefando de fumar, van a originarse, sin duda, tensiones en los centros de trabajo y más de dos desahogarán su inquina en la denuncia rastrera. Cosa triste ésta de la perturbación vengativa entre colegas. Adiós, pues, a la lírica del cigarrillo. La mezcla olorosa del tabaco y la colonia traducían sensaciones íntimas, de acercamiento y pasión. La charla entre amigos era imposible sin el ofrecimiento abierto del cigarrillo. Las volutas del humo cobijaban las entrañas acogedoras del bar y su murmullo. El suelo repleto de colillas y palillos simbolizaba la basura interior que cada cual echaba fuera a través de la charla amistosa y el pincho de tortilla.
A fumar a la calle. La campaña antitabaco es furibunda y posiblemente acertada. Sin embargo, bajo la funda estentórea de las grandes campañas siempre suelen esconderse intereses no confesados. ¿Por qué no se financian medios sanitarios antitabaco de la misma manera que se financian medios sanitarios antigripe? Se cuentan por miles, como causa principal de la ley antitabaco, las víctimas mortales que cada año causa el tabaquismo. Vale. Pero gran parte del pueblo se pregunta por qué no se pone el mismo énfasis destructivo en los miles de víctimas anuales que causan las armas. Los Gobiernos de medio mundo se han puesto de acuerdo en la persecución de fumadores y en la promulgación de leyes antitabaco, ¿por qué no se ponen de acuerdo y promulgan, además, leyes antiguerra? Prohibido que haya guerras en el mundo. Paz.
De paso, y para todos aquellos que se están revolcando de la risa y consideran dadaísta mi anterior proposición comparativa, yo le pondría un puro en la boca a la famosa Gioconda bigotuda que sintetiza la esencia del dadaísmo en la actual exposición de París. No para cachondearme de la ley antitabaco, no (¡qué herejía, la Gioconda fumándose un puro distorsionada su media sonrisa de puta renacentista!), sino para mostrar el nihilismo dadaísta que se burla, en el fondo, de la legalidad y el orden.
En fin. Pienso que la ley antitabaco no hace más sano a un país de igual manera que las armas no hacen más seguro a un país. El tabaco (tabaquismo) causa miles de víctimas anuales, y se persigue y se prohíbe. Las armas (la guerra) causan miles de víctimas anuales y ni se persiguen ni se prohíben. Con el tabaco se aprovechan los temores del gentío a la enfermedad y a la muerte, con las armas no. ¿Quién juega con nosotros?

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