miércoles, 11 de noviembre de 2009

MULTIPLÍCATE POR CERO
(15-10-2005)
JUAN GARODRI


Como cualquier tío que pretende atraer la atención del sobrino pequeño y conquistar en lo posible una porción de su afecto, yo también me dirigí a mi sobrino Carlos y adopté con él ese tono de voz condescendiente y esa actitud tontorrona que adopta cualquier tío que pretende atraer la atención del sobrino pequeño, etc.
Así que me dirigí a él y le dije,
—Carlitos, guapo, ven para acá.
El niño no dejó de mirar a los Simpson.
Simplemente contestó:
—No me llames Carlitos.
Y siguió con su programa. No me di por vencido y volví a la carga.
—Ven, hijo, le dije, que tienes que contarme qué tal te va en el colegio.
No se dignó contestar. Me puse un poco pesado, adopté un tono de voz meloso y le dije,
—Anda, no seas así, ven para acá.
Y añadí con voz inapropiadamente confidencial,
—¿Te gusta tu señorita?
Volvió la cabeza y me miró. Y me pareció percibir en su mirada la desafección con que se mira al que uno considera plasta de vaca.
—Vamos, Carlos —insistí—, ven a recitarme los cinco primeros números en inglés, que yo sé que los sabes, me lo ha dicho un pajarito.
El niño, agilísimo, saltó del sofá, se plantó ante mí y, con la sabia seguridad del que conoce el terreno que pisa, me soltó:
—¡Multiplícate por cero!
Fin. Se acabó el conato de diálogo.
No sé por qué, pero en un repentino remolino conceptual se me vino a la cabeza la noción contrapuesta del código restringido y el código elaborado que uno comentaba en las clases del instituto. Y no he dejado de sonreír a medias cuando, al revisar mis fichas para escribir estas líneas, leo una apostilla de Lázaro Carreter al respecto: “La extensión del código elaborado a todo el cuerpo social es un deber que impone a los poderes públicos y a los ciudadanos la democracia”.
Qué risa, la democracia preocupándose del código elaborado. La fina agudeza del maestro Lázaro se quedó roma, siquiera momentáneamente, cuando atribuyó a la democracia propiedades excelentes de selecta docencia lingüística. No deja de sorprender, ciertamente, la riqueza expresiva de la lengua castellana, inagotable en los enunciados que surgen del pueblo, expresiones que al fin y al cabo son el alimento del que se nutre la lengua. Así que no voy a ponerme sublime en plan psicolingüista y otras hierbas, con citas de Fillenbaum, por ejemplo, para exponer que las estructuras de la comunicación se relacionan estrechamente con los estados del emisor y el receptor. Pero si te digo, lector conspicuo, que no he escuchado la frase “multiplícate por cero” a un adulto que probablemente distingue, más o menos, entre la limitación cuantitativa de palabras que conlleva el código restringido y la formalidad del lenguaje que caracteriza al código elaborado, sino que la he escuchado a mi sobrinillo Carlos, un rabo de lagartija de apenas seis años que ya suelta tacos, habrá que pensar irremisiblemente que el estado del emisor (en este caso un niño) no sostiene intencionalidad de limitación lingüística alguna sino inesperada habilidad mental para el desdén o el menosprecio.
No sé si José Ramón de la Morena, por ejemplo, conoce el código elaborado, supongo que sí, pero desde luego no lo utiliza. Como me gusta el deporte, algunas noches escucho ‘El larguero’, y es evidente la pobreza expresiva del director del programa caracterizada por la limitación cuantitativa del número de vocablos y el uso de oraciones cortas, gramaticalmente simples, no acabadas con frecuencia, de sintaxis pobre (aunque a veces la viveza del coloquio y el interés de la noticia o la importancia deportiva del personaje entrevistado pueda hacer parecer lo contrario). Lo cual contrasta, a mi modo de ver, con la riqueza informativa que sobre deportes en general y sobre fútbol en particular muestra el programa, además de la formidable organización radiofónica que muestra. De la Morena, pues, utiliza deliberadamente el código restringido para adaptarse a la repercusión y extensión popular de su programa.
En fin, ‘multiplícate por cero’, me dijo mi sobrinillo para que lo dejara en paz, cansado de soportar a un tío pesado. Me redujo a la nada, al no ser, al cero. Ciertamente, el niño no pensó en atribuirme esta reducción aniquiladora porque él no “tenía noticia” de las variaciones del significado. Tan sólo cuando los sentidos nos dan noticia de las variaciones de las cosas, son fieles a la naturaleza de las cosas. Yo era algo y me quedé en nada. Multiplicado por cero. ¡Plaf!
Me queda el consuelo, sin embargo, que nos dejó Demócrito: «No existe más lo que es algo que lo que es nada».

No hay comentarios: