jueves, 19 de noviembre de 2009

LA CORBATA
(28-1-2006)
JUAN GARODRI


Conocí a un inspector de Enseñanzas Medias, don José María creo que se llamaba, que se irritaba si nos veía sin corbata. Eran tiempos gloriosos. Aún no existía la Universidad de Extremadura y los Centros de Bachillerato (Enseñanzas Medias) del norte de la provincia de Cáceres dependían del distrito universitario de Salamanca. El señor inspector era como un ministro, o así lo considerábamos. Con su traje oscuro, su corbata a juego, su bigote y su cigarro. Todo el mundo temblaba un poco cuando se corría la voz: ha llegado el inspector. Volábamos a los percheros para descolgar la corbata y ajustárnosla correctamente, pero sólo disponían de ella los avisados. Nos convocaba en la sala de profesores y empezaba a inspeccionar, que para eso venía. A ver, usted, qué tal lleva la programación de su asignatura. Al interpelado le entraban calmas y sufría leves patinazos de memoria reciente porque no acertaba a exponer limpiamente cómo llevaba la asignatura. ‘Bueno, bueno, o sea, que usted hace lo que puede, en fin, hay que trabajar con los alumnos y, sobretodo, la corbata, a ver por qué no lleva usted corbata a clase, no hay razón para no llevar corbata’. En clase se podía fumar, pero no se podía explicar Lengua sin corbata. Explicar la estructura del sintagma nominal sin corbata era como comer cocido sin cuchara. El signo prestigioso de la intelectualidad docente era la corbata. Incluso el humo del cigarrillo era un humo de clase media alta si fumábamos con la corbata puesta. El acto de fumar despechugados y sin corbata convertía la acción explicativa de las subordinadas adverbiales en una tarea palurda y chabacana. La corbata era la elegancia curricular (aunque se desconocía el léxico logse), y el buen profesor se dirigía a clase bien encorbatado y trajeado, aunque a veces sufriera el acoso inofensivo de colegas barbudos y encazadorados que perseguían anticipadamente la progresía.
Con el paso del tiempo, sin embargo, la corbata se ha ido al limbo textil de la vestimenta. Le ha ocurrido lo que al sombrero. Un caballero, caballero, tenía que calzar botines, anudar corbata y llevar sombrero. De lo contrario, la dignidad social se evaporaba tal como se evapora el vaho de los espejos. Pero el sombrero pasó a mejor vida. En los soportales de la plaza Mayor de Cáceres, una sombrerería mostraba sus encantos. Casa Terio. Todos los caballeros llevaban su sombrero y la elegancia craneal se adornaba con un sombrero de ala corta. También las damas ostentaban sombreros que realzaban el emperifolle y ondulaban con elegancia la supremacía de los cabellos. Me temo que también la corbata está atravesando el desierto del desuso. Y hasta los políticos, tan dados a la cosa de la corbata, siquiera sea por la representación disimulada de la dignidad social, van dando de lado a la corbata y aparecen desabotonados y con la nuez al aire, como campesinos endomingados. Hace pocos días, este periódico publicó la foto de la ‘plana mayor’ del PP relajada y sin corbata, como si le hubieran dado la vuelta a la chaqueta y prefirieran mostrarse cual honestos asalariados de los años sesenta. Oye, que no les pegaba, tío. Hay cuellos que están hechos para la corbata como el caballo para las bridas. La corbata es modo y atributo que adorna sin ser. Lo dijo Spinoza: «Entiendo por ‘modo’ las afecciones de la substancia, o aquello que es en otro; ‘atributo’ es aquello que el entendimiento percibe de la substancia como constituyendo su esencia», pero sin constituirla.
No hay peor cosa que pretender ser y no ser. O ser en otros. Como la corbata. Increíble que la mosca del vinagre no sea portadora del algún gen encorbatado.

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