domingo, 15 de noviembre de 2009

EL DPD
(19-11-2005)
juan Garodri


Aunque la noticia es de pasada actualidad, no quiero referirme a un nuevo artefacto de seguridad pasiva de esos que llevan los automóviles con equipación completa (full equipe se decía antes y quedaba tan fino), ya sabe usted, ABS, AC, DVD, TOD, TCS, BAS, ABD, ESP…, y otras siglas enrevesadas y caóticas que no sé si incluirá y aclarará el nuevo DPD o no. Porque el nuevo DPD no es otra cosa que el Diccionario Panhispánico de Dudas, que es como la prensa debería haberlo denominado en sus titulares y no con esas siglas complicadas y enrarecidas que no las identifica ni la madre que las parió y que, ya digo, tienden a confundir el diccionario con un sistema de asistencia a la frenada, por ejemplo, cosa que me subleva cultural y emocionalmente. Tengo en casa más de cuarenta diccionarios de diferentes materias e idiomas, libros apreciados por mí hasta el punto de que siento hacia ellos una altísima veneración, hiperdulía casi. Los días de lluvia me arrellano en mi sillón preferido (favorito, dicen los muy finos) y leo varias páginas, verbigracia, del ‘Tesoro de la Lengua Castellana o Española’ de Sebastián de Covarrubias, cosa que me ennoblece por medio de un aumento considerable en mi autoestima porque hace que me sienta como un Borges cualquiera, ciego de Encyclopaedia Britannica. Así que el conato depresivo del cielo gris y triste se torna en alegre espabilar de neuronas que, de momento, dejan de patinar y se aferran justamente a la atracción de las páginas.
En fin, el 2 de noviembre las 22 Academias de la Lengua Española publicaron el diccionario Panhispánico de Dudas. Fue presentado oficialmente el 10 de noviembre ante S. M. Don Juan Carlos, autoridades políticas y culturales, académicos y responsables de medios de comunicación de América y España.
Y, sin embargo, al primer tapón zurrapa. Un servidor dispone de una dirección electrónica en la que aparece la mayoría de los periódicos del mundo en sus respectivos idiomas. Diariamente leo algunos. En uno de ellos (español) veo lo siguiente: «Un diccionario absuelve más de 7.000 dudas». Se refería al diccionario Panhispánico. O sea, me dije, que las dudas se absuelven como si fueran pecados. Cuánto inculto, incompetente, ignorante y ayuno de letras anda suelto por ahí, pensé. Habrá que elevar los ojos al neoclásico frontispicio de la Real Academia y clamar arrepentidamente que a uno le pesa, pésame Señor, por haber pecado de ortografía, léxico, fonética y sintaxis, siquiera venialmente, desde la última vez que uno confesó sus culpas gramaticales (no en vano duda y culpa guardan un hermanamiento de analogía fonética). Yo pensaba que las dudas necesitaban ‘resolverse’, no que necesitaran ‘absolverse’. Y me quedé tan pancho. El gusanillo de la fluctuación, no obstante, empezó a recorrer la senda del desasosiego, y no tuve más remedio que echar mano del diccionario RAE. ¡Plaff!. Nuevo patinazo de neuronas. Pues sí señor. Es correcta la utilización del verbo ‘absolver’ aplicado a las dudas, aunque aparezca en la acepción 5 con las abreviaturas de p. us. (poco usado). Mi deseo de venganza léxica, tan enorme, quedó hecho puré.
A pesar de la importancia que el DPD concede a normar los extranjerismos superfluos, que deben reemplazarse con palabras en español (si existen), no deja de excitar a la risa la españolización (calco léxico) de algunos de ellos, como pirsin, esa intervención que consiste en taladrar la oreja, las tetillas, la nariz, la lengua y las vergüenzas (femeninas y masculinas) para colocar en el agujero unos aritos, unas bolitas o unas cositas metálicas superadornantes. Lo que pasa es que las tiendas con el rótulo de ‘piercing’ van a perder la clientela. Por extravío léxico.

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