jueves, 19 de noviembre de 2009

ABUSOS
(21-1-2006)
JUAN GARODRI


Que va a resultar cierto aquello de Campoamor, lo del mundo traidor, ya sabes, que nada es verdad ni mentira, que el color del cristal con que se mira es el único criterio de veracidad. Porque una cosa es el insoportable ajuste métrico de los versos y otra el supuesto acierto de la idea versificada. Es agobiante la tendencia que el personal tiene a mirar y a medir los acontecimientos según el cristal que le hayan puesto ante los ojos.
Suelen llamar opinión a la medida individual de un acontecimiento. Ya aseguró Parménides que la opinión no se alimenta del conocimiento del entendimiento sino del de la sensación. Quizá por eso las opiniones de unos y de otros, en esta actualidad controvertida en la que nos movemos, son encendidas y apasionadas. Si la opinión proviniese del conocimiento que proporciona el entendimiento, el gentío la acomodaría a la verdad objetiva. Ocurre, sin embargo, que cada cual acomoda su opinión a las sensaciones, y así resulta que la olla de grillos es gigantesca. Porque cada cual emite una opinión acomodada a la verdad subjetiva, a ‘su’ verdad. Es la verdad que proporcionan las sensaciones: el partidismo, el amor, el odio, los intereses, la venganza, el deseo. El gentío poco a poco se instala en la rueda de piñón fijo y excluye las opiniones de los demás por considerarlas contrarias a sus sensaciones. Carente de flexibilidad mental, el personal acumula sensaciones para juzgar a través de ellas los acontecimientos de la vida diaria, familiar, social, política, comercial. El resultado tiene que ser forzosamente negativo porque sólo a través del entendimiento puede llegarse a una exposición objetiva de la verdad admitiendo, al mismo tiempo, la verdad de los otros como posiblemente válida. De hecho, formamos la experiencia a base de percepciones sensibles, acumulamos los hechos de experiencia como el que amontona arena, y olvidamos que debe darse de antemano la idea para que sea posible la percepción sensible y con ella la experiencia. Fue Platón el que dijo estas cosas, cabreado porque Protágoras ya había soltado el latigazo de que todo conocimiento es sólo apariencia.
Todo este rollo patatero viene a cuento de que hoy día nadie respeta la opinión del contrario porque la considera un flatus vocis, una ventosidad de la palabra, a juzgar por los repetidos encontronazos verbales que nos ofrecen a diario los representantes de la cosa pública. (Lo de ‘flatus vocis’ no es cosa mía: lo dijo en el siglo XI o por ahí un tal Roscelino de Compiègne quizá para contraponer las palabras a los hechos. De nada).
El uso de opiniones basadas en la subjetividad (sensaciones) origina abusos de índole vergonzosa y canallesca. De un lado y de otro. A ver, por ejemplo, que alguien me diga en qué se ha fundado el señor Bush para ordenar el asesinato de 18 civiles en la aldea paquistaní de Damadola. Ah, que pretendía cazar a Aymán Al Zawahiri, número dos de Al Qaeda, escondido en la aldea. Joder, ¿y qué pasa? ¿Que la CIA mata a 18 seres inocentes y nadie opina que los atacantes son asesinos? Otro error de los EE.UU, dicen. Por lo visto, aquí los errores no se pagan. ¿Por qué no se ha (con)movido la opinión pública, tanto como se mueve para otros menesters? ¿Estos asesinatos no son crímenes contra la Humanidad? Hay veces en que las opiniones se convierten en abusos y los abusos se camuflan en opiniones. Una mierda lo que opinen quienes se dedican a matar a seres inocentes. (Yo también opino según mis sensaciones).

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