domingo, 1 de noviembre de 2009

OJO CRÍTICO
(2-7-2005)
JUAN GARODRI


Existen informaciones que son deformaciones, o sea, una auténtica deformación de la realidad, por no decir manipulación de la realidad, término tan desacreditado el de la manipulación: la mala baba que oculta su sema le prolonga una significación oscura y perturbadora, algo así como una pérfida maestría para distorsionar la verdad, lo cual que el ciudadano en lugar de recibir información recibe ‘deformación’, la acepta y la traga, que para eso el personal está dotado de amplias tragaderas adaptadas a las ruedas de molino. Cuando el río Alagón, a su paso por Coria, se sale de madre, se inunda (con inundación breve y somera) el paseo de la Isla y la primera calle de la urbanización ‘la Isleta’. Llegan a todo meter las cámaras de televisión y enfocan y graban ‘ese’ fragmento de calle inundado. “Inundaciones en Coria”, reza el titular de los telediarios. Y, efectivamente, las imágenes son tan contundentes que quien desconozca la topografía cauriense piensa que se han ahogado la mitad de los vecinos. Sin embargo, no se ha producido tal inundación: solamente el caudal del río ha rebosado y el agua se ha alejado unos metros de su cauce. Algo parecido, en cuanto a deformación de la realidad, ocurre con las manifestaciones. Cada manifestación pretende expresar una actitud social frente a un hecho, generalmente para reclamar algo o para exteriorizar su protesta por algo. La deformación acaece cuando los organizadores concluyen que «los ciudadanos» reclaman esto o lo otro, o que «los ciudadanos» protestan contra esto o contra lo otro. En la generalización «los ciudadanos» se oculta esa deformación a la que aludo. Porque el sintagma no engloba efectivamente a «todos» los ciudadanos, como pretenden los organizadores, sino a una mínima parte de ellos, que es la que se ha manifestado. Porque la manifestación, por multitudinaria, popular, pública que sea, no incluye el deseo, la reclamación, el rechazo o la protesta de «todos» sino sólo la reclamación o la protesta de ese sector mínimo de la ciudadanía manifestante (supongo que nadie en su sano juicio pretenderá hacernos creer que treinta mil o cien mil o quinientos mil o un millón, o los que sean, engloban a «todos» los ciudadanos). Otra deformación de la realidad consiste en el derecho a la manifestación. Por constante histórica, las izquierdas se han atribuido las manifestaciones como el ejercicio de un derecho, probablemente porque, entre otras causas, las derechas no hacían manifestaciones: no tenían que reclamar nada porque gozaban de presuntos derechos negados a otros.
Hoy día emergen resbaladizas actitudes de determinados sectores sociales que consideran políticamente incorrecto que las derechas se manifiesten para expresar su protesta por algo, hasta el punto de que a la manifestación de la Asociación de Víctimas del Terrorismo no asistió ningún representante de las izquierdas (ni de la otra asociación, Víctimas del 11-M). Es preocupante: hasta las asociaciones de víctimas están politizadas y así hay quien les achaca diferentes proclividades políticas. “Víctimas del terrorismo” (de ETA) pertenece a las derechas; “Víctimas del 11-M” pertenece a las izquierdas. ¿Quién las hace pertenecer a uno u otro signo político? ¿Qué intereses obscenamente ocultos se mueven en la sombra para atraer simpatizantes, o votos, a través de la sensibilidad del personal hacia unas u otras víctimas? Las izquierdas, las derechas. Terrible. Ese determinante femenino y plural, “las”, entraña una serie de connotaciones que manifiestan la aviesa intención de resucitar la confrontación social, quizá el odio. Tan legítima es la manifestación de homosexuales reclamando sus derechos como la del Foro de la Familia contra el matrimonio entre personas del mismo sexo. Lo que es igual para todos no es ventajoso para ninguno.

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