sábado, 7 de noviembre de 2009

LA LECTURA
(20-8-2005)
JUAN GARODRI


Uno lee bobadas con frecuencia. A ver si nos entendemos: no es que yo elija bobadas para leerlas, sino que las bobadas se aparecen y va uno y las lee. El hecho de leer comporta su riesgo porque ni toda lectura es bobada ni toda lectura es clarividencia provechosa y, a mi modo de ver, si te arriesgas a leer una bobada sacas poco discernimiento de la lectura. Quiero decir que la lectura, o la no lectura, supone una elección, un riesgo (una ‘opción’: es más políticamente correcta la cosa de la opción, que la lectura sea una opción es cosa que yo no veo muy clara, porque toda opción supone elección, y elijo unos zapatos marrones o negros, los marrones son gruesos, los negros son finos, y va uno y compra los zapatos negros por su fina piel y porque se adaptan al pie como un guante, y a los cinco meses compra los marrones porque se acerca el invierno y protegen los pies del frío, pero tanto los marrones como los negros pueden ser finos y tanto los negros como los marrones pueden ser gruesos, y tú vas y eliges unos u otros, pero yo no considero una ‘opción’ la lectura, sino una necesidad, porque normalmente el individuo elige el libro que lee pero no elige la necesidad de leer, la siente en la profundidad de las entrañas como se siente el hambre o la sed, una necesidad, no una opción, en cambio los zapatos negros o marrones sí son una opción porque no constituyen una exigencia vital, en fin, cada quisque decide la elección de su vida y persigue aquello que le reporta felicidad, según cree, siempre que la elección se fragüe sobre elementos elegibles y se omita la de elementos exigidos por la propia naturaleza debido a su natural e imposible elegibilidad) y esa elección del libro (olvidando la prolija y horrible cláusula parentética que acabo de endilgarte, lector paciente, cláusula que habrás considerado como bobada, sin duda,) esa elección del libro no es necesidad vital sino decisión temporal, opción que cualquiera puede inclinar a una obra literaria o a un bodrio, a leer muchos libros o a leer pocos, e incluso a no leer (porque no siente ‘necesidad’ de ello), tal como hace una tal Victoria Adams que admite que nunca ha leído un libro. Hay quien no lee libros, ni uno siquiera, porque no dispone de tiempo para leer, sobre todo si es mucho el dinero del que dispone para gastar y, evidentemente, si una persona, pongamos Victoria Adams, dedica todo su tiempo a gastar dinero a espuertas pues como que no le queda ni un minuto para dedicarlo a la lectura, qué más quisiera ella que disponer de tiempo para abrir un libro, pero es imposible, hija, los libros tienen demasiadas páginas, cientos de líneas, tan negras, y miles de letras, todas apelotonadas, como hormigas, qué angustia, por Dios, imposible dedicarse una al recuento de hormigas después de una mañana ocupadísima en gastar dinero a espuertas en las tiendas de última moda, y en la búsqueda de una casita para vivir cómodamente, dos años, fíjate, dos años buscando casa y sin poder encontrarla, cómo iba a leer si tenía que encontrar casa con armarios, muchos, para colocar la ropa de diseño que adquiría con el dinero que gastaba a espuertas, qué ordinariez, el dinero a espuertas lo gasta el ricacho del puro y el mercedes con olor a ajo, que Madrid olía mucho a ajo, pero la gente fina y chic gasta el dinero con elegancia y estilo, cuanto más dinero más estilo, menos mal que por fin ha dado con una casa a su gusto que es alucinante, para dedicarse a su papel de madre de familia numerosa, porque Brooklyn, Romeo y Cruz son unos soles, aunque la verdad es que le encantaría tener una niña (o dos), para diseñarle la ropita (que para algo es diseñadora) y dedicarle muchas, muchas horas, a maquillarla y a pintarle las uñas. Así que ni tiempo tiene una para la cosa de los libros, eso que llaman lectura.

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