viernes, 24 de julio de 2009

ME IMPORTA UN CARAJO
(10-4-1999)
JUAN GARODRI


Disculpa, amigo, la brusquedad del título. Hubiera quedado más fino redactar algo así como ‘me importa una higa’ o, quizá para señalar la mínima importancia que se concede a un asunto, indicar que ‘me importa un comino’. Incluso connotar exageradamente que ‘me importa un pito’, y resaltar de este modo el hecho de un apesadumbrado cabreo sordo.
Sin embargo, no sabría decirte, amigo, si me embarga la pena, la aflicción, el horror o la furia. Tal vez sea la endeblez del ánimo, esa desazón que aguijonea las entretelas y las convierte en afligido depósito de debilidades, lo que me acosa estos días embadurnados de ambiente podridamente bélico.
Hojeas la prensa diaria, y las portadas de los periódicos, y sus páginas de Internacional elevan las entradas y entradillas a la categoría espectacular de los titulares en negrita para que el personal se entere y compruebe la eficiencia informativa de los corresponsales de guerra. Enciendes la tontuna de la pantalla televisiva, y la voz satisfecha de presentadores y presentadoras, perfectamente adobada con el ridículo guiso de una pretendida entonación anglosajona (acentuación tónica descoyuntada y fuera de lugar, o sea), te sermonea y te informa, como el que no quiere la cosa, de que la OTAN pasa a una nueva fase y ataca blancos móviles serbios, para que se entere Slobodan Milosevic y no eche en saco roto los severos avisos de los aliados. Y se llena la pantalla de espectaculares resplandores nocturnos provocados por la desolación y los incendios. Y resuena el aullido de las sirenas y arden los edificios y surcan la noche las estelas mortalmente luminosas de los Tomahawk y vuelan los bombarderos como bandadas de pájaros perversos y los niños y las mujeres y los ancianos corren desamparadamente a ocultarse en los refugios para evitar la destrucción y los misiles.
Pero no evitan el pánico, los ojos de los niños quizá no sobrevivan al pánico, los ojos de los niños han perdido la sonrisa y, quizá, han perdido definitivamente la ingenuidad y la inocencia, los ojos de los niños han perdido la infancia y se han llenado de ese miedo profundo a lo desconocido que, sin saber por qué, les ha sobrevenido con la indefinición de las desgracias y las desventuras. Los ojos de los niños tal vez vayan aprendiendo el odio. Y el llanto de las mujeres cobra la inmensa dimensión de lo incomprensible, la indefensa aprensión de las desgracias, la terca obstinación de lo ineludible. Y los párpados de los ancianos se mantienen absolutamente abiertos ante el pavoroso vacío de la fatalidad y la estupefacción del terror que provoca la nada.
Me importa un carajo el análisis de la culpabilidad. Me importa un carajo que el rostro esquizofrénico de Milosevic sea el culpable de la represión que padece la mayoría albanesa de la provincia yugoslava de Kosovo y ahogue en sangre la frustración de su inferioridad ante la OTAN. Me importa un carajo que el rostro universitariamente frailuno de Solana, el de la sonrisa helada, el del referendum antiotan cuando era de conveniencia, un “recién llegado a la política exterior y a los asuntos de seguridad”, sea el culpable de las órdenes que amplían la ofensiva para que aprenda Milosevic y agache las orejas. ¡Qué risa! ¡Qué tristeza la risa que me tuerce la boca! «La OTAN no está en guerra contra Yugoslavia», dice. No se trata de la destrucción de Yugoslavia, no, qué va, se trata de destruir rampas de lanzamiento de misiles, defensas antiaéreas, estaciones-radar, centros de comunicaciones, aeropuertos e infraestructuras para evitar que Milosevic lleve a cabo sus acciones de represalia contra civiles.
No me importa saber quiénes son los buenos y quiénes los malos en esta maldita película. Unos y otros tiran a matar. Sólo me importa el rostro afligido de esa madre, dolorosa de una Semana Santa incomprensible, que limpia el rostro de su hijita a su llegada a Albania. Sólo me importan esas mujeres de rostros atezados y frágiles pañuelos a la cabeza que arrastran su esperanza hasta los límites de la frontera. Sólo me importan esos hombres que portan la escasez de sus enseres envueltos en las mantas del resentimiento. Sólo me importan esos ancianos, a medias entre la vida y la muerte, que ya nada esperan porque lo han perdido todo. Sólo me importan esos niños arrancados para siempre a los brazos de la ternura...
¿Qué clase de políticos preclaros (!) disponen de la vida y de la muerte? ¿Quiénes son esos que se arrogan la cualidad de dioses? ¿Qué especie de paraplejía diplomática los atenaza para ser incapaces de conseguir, hablando y negociando, que alguien, quien sea, detenga sus matanzas?
Estoy muy cabreado, amigo. Desde mi probable desconocimiento de la ingeniería diplomática, desde la probable e impotente ingenuidad de mi enfado, solo tengo en mis manos la posibilidad de lanzar este misil escrito de protesta.
Repito. Me importan las personas humilladas y masacradas, me importan las víctimas que sufren y lloran y sangran y mueren en la guerra. Todo lo demás, qué quieres que te diga, amigo mío, todo lo demás me importa un carajo.

No hay comentarios: