lunes, 20 de julio de 2009

EL CUERSEXPO
(21-2-1999)
JUAN GARODRI


(Según he leído por ahí, determinadas instituciones pretenden que se financie la transexualidad con cargo a los presupuestos de la Seguridad Social. Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor.)
Bueno, amigo, va de mitología. Yo no he visto nunca a una ninfa, esos seres femeninos de la mitología griega que unas veces jugaban al escondite amatorio en los bosquecillos bucólicos y otras chapoteaban en la desnudez de los riachuelos para volver locos a pastores y demás protagonistas de églogas garcilasianas y renacentistas. Así que los poetas no paraban de componer endecasílabos dedicados a la exaltación amatoria de las ninfas, oscuro objeto del deseo pastoril transido entre el follaje («conjunto de hojas de los árboles y otras plantas», según el DRAE, no seas mal pensado).
Pero luego aparecen los pintores versallescos y ya no las llaman ninfas sino náyades. Y van y se ponen a pintar a todo trapo náyades con cuerpos repletos de morbideces y onduladas cabelleras que emergían de las fuentes como destellos plateados de concupiscencia. De manera que los muros de los salones y las suntuosas bóvedas de los dormitorios palaciegos aparecían repletos de náyades para decorar las represiones y las obsesiones de sus majestades.
Ya se sabe que, entre artistas, suele considerarse como ‘malísimo’ lo realizado por otros artistas, de manera que surgen los reformadores y se dedican a transformar el arte. Por esta razón, aparecieron otros que pintaron a las náyades con elegantes colas de peces, estéticas sirenas desprovistas de muslos pero bien provistas de senos y turgencias, como puede apreciar el lector (des)interesado si se le presenta la ocasión de contemplar El juego de las náyades de Arnold Böcklin, por ejemplo. En fin, artista ha habido que no contento con lo de ninfas y náyades prefirió bautizarlas con el destello original, etimológico y pelín esquizofrénico de hamadríadas. Y así, Apeles Fenosa no quedó a gusto hasta que hizo su personal versión del tema con La hamadríada del violín.
No paró ahí la cosa. Porque en éstas que va una ninfa y se enamora del hijo de Hermes y Afrodita, un tipo llamado Hermafrodito que debía de ser muy bello y muy cara (algo así como un conde Lecquio del Olimpo, digamos), y va la ninfa y se une apasionadamente con el amado, de resultas de lo cual éste no se despega de la ninfa ni a tirones y quedan ambos unidos para siempre, abrazados por una obsesión bisexual y eterna. Así que, dada la dificultad de la separación, los artistas empezaron a representarlos en un solo cuerpo, mezclados los caracteres sexuales primarios (masculinos) y los secundarios (femeninos), como imagen sintetizada de la dualidad íntima del ser humano.
Pero avanzan los tiempos. Y avanzan con crecimiento irreversible, denominación atribuida a todo lo que aparece como nuevo y que intitulan con el prodigioso apelativo de progreso. Y como avanzan los tiempos, avanza la cosa, amigo. Y como año tras año, lustro tras lustro, siglo tras siglo ha existido la cosa del hermafroditismo (por muy oculto que hayan querido mantenerlo), va el progreso y lo destapa. Ya se sabe que el progreso es la referencia mitológica de la actualidad y que, por tanto, hay que aceptar, si no reverenciar, sus decisiones finiseculares. Bien. El progreso pues destapa lo de la dualidad íntima del ser humano y como actualmente hace muy feo que vaya alguien a las oficinas de la Seguridad Social y se presente afirmando que es un Hermafrodito, va el progreso, como te decía, borra la cacofonía hermafrodita y renombra la arriba dicha dualidad íntima del ser humano con el airoso y coquetón apelativo de transexual.
(En serio. Permíteme la digresión. En el fondo, el sexo ha sido relativizado por los hombres, inmersos en el tiempo individual e implacable, sin detenerse a razonar por qué se azora la epidermis como paloma huidiza cuando experimenta la adefagia del cuersexpo, situado en el centro del cuerpo: cue— extremidad derecha; —rpo extremidad izquierda; —sex— punto central equidistante, equilibrador, equivalente, equinoccio del tiempo a través del cual el gentío persigue inconstantes mariposas blancas cuando ama más o menos apasionadamente).
¡Ah, el sexo, motor de dos tiempos que pretende aprehender la fórmula sensible del conocimiento natural, corazón indefensamente tierno para las fauces del cuersexpo, bosquejado en la impotencia del deseo de retroceso temporal, porque es inmensa la desproporción en el retrorrecorrido del laberinto, el laberinto alegórico de la transexualidad, al no existir pareidad entre la alegoría y lo alegorizado, aunque por otra parte qué bello sería el mundo si existiera una regla para andar por los laberintos de la vuelta al ser...! (Creo que la idea es de Umberto Eco, o por ahí).
Por otra parte, amigo, todo el mundo tiene derecho a su propia intimidad y nadie tiene derecho a discutírsela, me parece, nadie tiene derecho a exponer una visión desencantada y pesimista del mundo a través de las complejidades exaltadas de la desdicha, como si la transexualidad fuera un delito o una desgracia, puesto que la capacidad de innovación no puede ser sometida a la norma en su relación con la realidad cultural, es decir, nadie puede pretender que la original rebeldía de la pasión individual se someta a un mundo ordenado por sublimes instituciones ominosas.
Una pega, solamente. Si llegara el caso de que se financiara la transexualidad con dinero de la Seguridad Social y no se financiaran por el mismo conducto (de hecho, así es) las prótesis oculares o las dentarias, sería impresentable en sociedad un transexual tuerto o melluco. Me parece.

No hay comentarios: