domingo, 19 de julio de 2009

EL EUROMÓVIL
(31-1-1999)
JUAN GARODRI



Desde que salieron de Egipto, los hebreos recorrieron miles de kilómetros, o como los llamaran entonces, caminando cuarenta años a través del desierto, acaudillados por Moisés. Cuarenta años son muchos años recorriendo kilómetros. Con todo, se las arreglaban para sortear las dificultades gracias a la ayuda que les venía de lo Alto. Unas veces era la serpiente que se transformaba en bastón, o al revés, no recuerdo; otras veces, las aguas se hendían como un flan milagroso para que los bíblicos caminantes las vadeasen a pie enjuto; otras, la roca se convertía en manantío salutífero. Finalmente, llegaba el maná, aquella especie de salvación que les venía de lo Alto en forma de alimento irrealmente nutritivo. Como quiera que sea, la tradición histórico religiosa pesa mucho, de manera que con el correr de los años se extendieron por todas partes la abundancia iconográfica y las representaciones pictóricas medievales y renacentistas que magnificaban el mitema de un Moisés dispuesto a simbolizar la salvación que venía de lo Alto. Ahí tienes, por poner un ejemplo, la espléndida escultura que esculpió Miguel Angel para la tumba de Julio II: el Moisés más poderoso de toda la plástica universal, al decir de muchos.
Item más. Cuando yo era chico, se celebraban las ‘santas misiones’, lo que son las cosas. Los señores maestros nos llevaban en fila hasta la iglesia y allí, acogotados por la olorosa y descascarillada humedad de las paredes, escuchábamos sobrecogidos las reprimendas escatológicas (muerte, juicio, infierno y gloria) de un padre misionero que daba unas voces disparatadas y lúgubres para recordarnos que el castigo y la salvación, más bien el castigo, venían de lo Alto. Al amanecer, se cantaba aquello de “El demonio en la oreja / te está diciendo / no vayas al rosario / estáte durmiendo”, como si se tratase de un caralsol religioso y procesional, con lo cual que se desarrollaba mi sentimiento de culpabilidad porque yo no dejaba de pensar en la deseable sabiduría hedonística de un demonio que prefería seguir bien calentito en la cama a tener que trotar por las calles a las seis de la madrugada, por mucho que la salvación viniese de lo Alto.
Item más. La rapidísima velocidad del tiempo, ese concepto metafísico de la brevedad de la vida y del desgaste temporal metaforizados insuperablemente por Quevedo «soy un fue y un será y un es cansado», la velocidad del tiempo, te decía, también ha venido a posarse durante estos estertores finiseculares en la rama de la salvación que nos viene de lo Alto.
Naturalmente, nadie que se precie admite a estas alturas del milenio un concepto demiúrgico de la salvación. Naturalmente, hoy hay que salvar otras prioridades, a saber, la poltrona política, las letras del Tesoro, la vivienda unifamiliar, el coche de representación y, si se tercia, los apetitosos sucedáneos de esposa. Naturalmente, a estas alturas finiseculares, repito, la pregunta del millón, suele decirse, reside en las siguientes aporías:
—¿De dónde nos viene la salvación?
Respuesta: la salvación nos viene de lo Alto.
—¿De dónde nos viene lo Alto?
Respuesta: lo Alto nos viene de Europa.
—¿Qué es lo Alto que nos viene de Europa?
Respuesta: lo Alto que nos viene de Europa es el Euro.
—¿Qué es el Euro?
Respuesta: El Euro es la entelequia de todos los bienes sin mezcla de mal alguno.
—¿Qué nos ofrece el Euro?
Respuesta: el Euro nos ofrece la salvación liberal económica.
—¿De dónde nos viene dicha salvación?
Respuesta: Dicha salvación nos viene de lo Alto.
—¿De lo alto de Europa?
Respuesta: Sí, padre, de lo alto de Europa.
—¿Cree usted en la santa Europa, una, maastríchtica, liberal y económica?
Respuesta: Sí, padre, creo.
—¿Cree usted en el Euro, su representante en la tierra y vehículo de salvación?
Respuesta: Sí, padre, creo.
—¿De dónde nos viene, pues, la salvación?
Respuesta: La salvación nos viene de lo Alto de Europa y de su representante en la tierra, el euro.
Y así podríamos seguir girando como ovejas pedorras dentro de una especie de Ripalda europeístico y tautológico.
Item más. De la misma forma que el espíritu misionero y salvador repartía huchas a todos los niños de la posguerra para que la salvación que viene de lo Alto llegase también a los negritos o a los chinitos y se bautizasen, de esa misma forma, digo, pero tirando de largo, los mandamases han repartido autocares entre el gentío del premilenio para que la salvación que viene de lo Alto de Europa, el euro o sea, también se extienda entre los niños necesitados y conozcan las ventajas de la conversión (la conversión de la peseta en euros, quiero decir). Y así, han creado la gentil figura del euromóvil, un autocar «especialmente habilitado como aula educativa para informar sobre el euro de una manera didáctica, gracias a su pantalla gigante y a los diez monitores de ordenador de que dispone». Y había que observar la satisfacción salvadora, casi mesiánica, del Secretario de Economía Cristóbal Montoro cuando calificaba al chisme euromovilístico como «fundamental para que el ciudadano se familiarice con la nueva moneda».
Lo malo es que las ayudas salvadoras, a veces, encuentran la oposición de un demonio actualizado y pertinaz que se empeña en anublar la diafanidad luminosa de la redención económica. Así ocurrió en Coria, sin ir más lejos. Los señores maestros llevaron a los niños hasta los alrededores de la Casa de Cultura para que recibieran las admoniciones misioneras del euromóvil. Pero héte aquí que el autocar, la pantalla gigante y los diez monitores de ordenador de que dispone se habían esfumado. Los niños aguantaban bajo la lluvia y el frío. Por lo visto, nadie había dispuesto un aparcamiento apropiado para el autocar, nadie había preparado las conexiones eléctricas y, en fin, nadie había coordinado de forma sensata la actividad euromisionera. ¿Tal vez la falta de un guía o caudillo mesiánico, monitorizador y europeo que invoque la salvación que viene de lo Alto? (De la euroaltura, quiero decir). Eso.

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