domingo, 19 de julio de 2009

LÁS CALÍDAS PLAYÁS DE CUBA
(30-11-98)
JUAN GARODRI


En primer lugar, espero que los diecisiete o dieciocho mil amigos y simpatizantes que me leen cada semana (atraídos, más que nada, por el toque ligeramente culto y literariamente irónico de mis artículos, afirman) sepan disculpar la pedrada de los acentos. No, no. No es un dislate tónico (por mi parte). Te ruego que leas el título en voz alta y autosuficiente, esa voz engoladamente hueca de algunos presentadores televisivos y de locutores radiofónicos, y comprobarás que tus tonemas se han convertido en pedradas aristocráticamente anglosajonas.
Sin ir más lejos, la otra noche. Yo cenaba. Y una presentadora suprasegmentalmente inepta, al parecer, aunque atractivamente neumática, informaba al gentío de que actrices culifinas, custodiadas por macizos compañeros se(nti)mentales, pasaban sus días de descanso en «lás calídas playás de Cuba». Como suena. La pedrada tónica hizo que la cuchara sopera se quedara en alto, sin llegar a la boca, con esa aparente estupidez que producen los hechos repentinos e insólitos. «Lás calídas playás de Cuba», toma ya. En vez de Cuba podían haber elegido Miami o Hammamet. Pero qué quieres, hay que estar al día. De manera que seleccionaron Cuba por lo de la moda, supongo: cantantes, cantautores, plumíferos, escritores, narradoras, cineastas, artistas y políticos cubanos llenan las páginas de semanarios, telediarios y boletines de noticias con ese peso específico de la publicidad y las plastas (de vaca). Hasta Chaves ha andado discurseando por Cuba.
Antes no. Antes no me imaginaba, aunque lo intuía, los académicos cabreos de Lázaro Carreter con lo de El dardo en la palabra. De poco le ha valido al maestro la utilización de sus flechas recriminatorias, más o menos envenenadas, como las de un Robin Hood gramatical y enciclopédico agazapado en la apatía de los bosques de un Sherwood más crematístico que idiomático. De poco le ha valido desde el punto de vista lingüístico, se entiende, porque el personal no le ha hecho ni puñetero caso. (Desde el punto de vista económico, sin embargo, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores se ha forrado, dicen. No hay mal que por bien no venga).
Y es que lo de las pedradas tónicas se ha convertido en una gilipollez verbal consolidada y diaria entre locutores/as de medio pelo (y de pelo entero, según casos), como si pretendieran demostrar al personal que sus continuos y deslumbrantes viajes a los Iunaitestéis (¿hay algo más periodísticamente deleznable, a estas alturas, que citar la boca de rana de Mónica Lewinsky?) o al Iunaitedkindom (¿hay algo más informativamente estúpido que aludir a las orejas del heredero inglés?) han depositado, los viajes de los locutores, te decía, un sonsonete fónico y anglosajón en el revoltijo de sus cultísimos conocimientos, de manera que expelen sin parar ventosidades tónicas en sílabas átonas y apedrean, en consecuencia, los grupos fónicos con los pedrascazos (la palabra es extremeña, los del DRAE no la conocen) de la doble o triple acentuación.
«Lás calídas playás de Cuba», vaya por Dios. Así que un día tras otro y una pedrada tras otra construyen un montón de pedradas. Y un montón de pedradas constituye una lapidación (por exceso). Esa lapidación diaria y perversa con que se castigaban los adulterios bíblicos, como si las palabras castellanas hubieran adquirido el rango de putas. ¡Si Alarcos Llorach levantara la cabeza, que se dice!
Otros adictos a la lapidación verbal (por defecto) son algunos/as informadores televisivos de la cosa meteorológica. Aguijados por la falta de tiempo (el negocio de la publicidad les pisa los talones), patinan entre las isobaras, anticiclones, borrascas, temperaturas, precipitaciones, altas presiones, marejadas y cosas así, con una pronunciación acongojada y rapidísima. Minerva Piquero, por ejemplo, se desliza sobre las sílabas con la gracilidad suave y curvilínea de las campeonas de patinaje artístico. Y así, no hay boletín meteorológico en el que no aparezcan nubes por las 'cunidades' autónomas del Norte y 'cielospejados' en Extremadura, amén de lluvias intermitentes y dispersas por el 'miterráneo'.
Pedradas. Bien está la utilización de la piedra como símbolo mítico para consolidar las relaciones entre lo de arriba (el cielo) y lo de abajo (la tierra). De hecho, las hay que cayeron del cielo, la «piedra negra», los meteoritos, y así, abriendo un boquete en lo alto a través de cuyo agujero se posibilitaban dichas relaciones. Qué decir de las piedras que han erigido los hombres, el Lingam, por ejemplo, que representa para los hindúes la fecundación universal entre tierra y cielo, o el Menhir, ese deseo megalítico de ascensión funeraria, o el centralismo délfico del Ónfalos para eliminar lo caótico y consolidar el orden.
Bien está la conceptualización de la piedra como símbolo de solidez originaria y mistérica. Pocas culturas carecen, en sus cosmogonías, de significaciones relacionadas con la piedra para sus ritos funerarios, iniciáticos o eróticos. Y hasta hay algunas que hacen nacer a sus dioses de la piedra como símbolo arquetípico de lo Absoluto (petra genitrix). Incluso la noción de «piedra angular» confirma los fundamentos jerárquicos de la Iglesia “...sobre esta piedra edificaré mi iglesia” (Mat. 16, 18).
Bien está la utilización de la piedra, digo. Pero trepar hasta la altura de la pantalla o del micrófono y utilizar la pedrada tónica para lapidar diaria, incruenta e irrespetuosamente los grupos fónicos de la lengua castellana, es algo así como escupir con menosprecio en el venerable rostro de la abuela, afirmo.

No hay comentarios: