lunes, 20 de julio de 2009

LA PASARELA
(29-3-1999)
JUAN GARODRI


No sé, es un lío esto de la belleza. Y debe de haberlo sido siempre porque si vas y te refugias en la cosa culta y te das de bruces con Platón, por ejemplo, empieza a corroerte una duda de lectura metódica, perdido en el maremagno de los Diálogos que, se mire como se mire, exponen más ideas socráticas que platónicas.
Y así, Platón carga a cuestas con el saco de los diálogos y las definiciones socráticas y lo traslada hasta nuestros días como un cirineo de las ideas. (Tenía que ser ancho de espaldas, Platón, para atreverse a tamaña empresa reproductora, y efectivamente lo era porque, para que lo sepas, Platón no se llamaba así, se llamaba Aristocles: lo de Platón era un apelativo familiar y cariñoso que significaba precisamente ‘ancho de hombros’).
En fin, Platón se puso como loco a escribir Diálogos, que era lo suyo, y desde Ión hasta Cratilo, desde Filebo hasta El Banquete, no paró de escribir sobre lo verdadero y lo falso, sobre la política y la república, sobre el placer y la sabiduría moral, sobre el alma o la exactitud de las palabras.
En fin. A lo que íbamos. Hay un Diálogo, no obstante, en el que Sócrates discute con Hipias acerca del concepto de lo bello. Ahí es nada. Se titula Iππιας μειεωv, η περι τoυ καλoυ, que viene a ser algo así como Hipias Mayor o de lo Bello. (Espero que sepas disculpar el engreimiento de la grafía griega, a pesar de la falta de algún acento, pero uno tampoco es un Menéndez Pelayo memorístico).
Bien. Tiene que poseer una envergadura conceptual muy intrincada lo de la belleza, porque Sócrates, que no se acongojó ante la cicuta, se acompleja en el Hipias ante la esencia de lo bello, se rinde, que ya es decir, y el Diálogo termina sin concretar una definición positiva, como si nunca pudiéramos llegar a saber qué es la belleza.
Y van ahora, en nuestros días, que se dice, y quieren que el personal trague viruta y acepte como ejemplo de belleza (todo ejemplo es propuesto para que sea imitado) unos cuerpos femeninos esqueléticos y redivivos, en los que el hueso predomina sobre la carne, en un afán sin duda perverso de lejanía sexual, como si la atracción y el deseo tuvieran que cultivarse a través de la fría lontananza de unos rayos X. (Ni siquiera Espronceda, con toda su fatídica habilidad para versificar amores de ultratumba, los hubiera seleccionado como personajes en El estudiante de Salamanca ).
De manera que, de tanto ir a la fuente, va el cántaro y se rompe. Y se inaugura la cosa porque los propios partidos políticos empiezan a tomar cartas en el asunto. Ahí está, sin ir más lejos, la denuncia que al respecto ha presentado el PSOE en el Congreso. Y, efectivamente, empiezan a alzarse voces asustadas ante unos modelos de belleza ficticios y ridículos que inducen a la juventud a sepultarse en la enfermedad y en la muerte. Y se alborota el gallinero de los modistos y demás fauna supraurbana y galáctica.
Y el mundo de la moda se divide a la hora de responsabilizar a quien impone la extrema delgadez como canon de belleza. Y va el director del Salón Gaudí de la moda y dice que la delgadez de las modelos de las pasarelas no es impuesta por los modistos sino por el afán depredador de la publicidad. Y va el presidente de la Federación Española de Empresas de la Confección y dice que la influencia negativa es debida al propio mercado, que ellos se limitan a plasmar en sus colecciones lo que el propio mercado les demanda.
Hay agencias de modelos, sin embargo, que están de acuerdo en afirmar que existen algunas agencias responsables de que las modelos se sometan a regímenes estrictos de adelgazamiento...
Y mientras tanto, la juventud de todas las muchachas aguanta un acoso perversamente desdichado, gracias al cual muchas de ellas se hunden en la ficción de una belleza inventada y anoréxica, como si el hecho de la delgadez las transportase ilusionadamente hasta el aplauso de las pasarelas.
Ay, la belleza, ese gusano pertinaz e incansable que corroe inadvertidamente con la pretensión de alcanzar la cualidad de la hermosura...
Sócrates hubiera propuesto un veneno para eliminar la corrosión anélida. Tal vez hubiera propuesto la descomposición del alma, de donde nacen el bien y el mal, y la recomposición del conocimiento y la sabiduría, de donde nace la naturalidad.
Eso, al menos, parece aconsejarle a Cármides, adolescente que fue el joven más hermoso de Atenas. Fin.

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