viernes, 24 de julio de 2009

HORROR, LOS LIBROS
(27-4-1999)
JUAN GARODRI


Así que decidí a acercarme hasta una tienda de deportes, me compré una caña de pescar, adminículos incluidos, y me largué a la Sierra de Gata para que la diafanidad del aire, la tranquila transparencia de las aguas y la soledad de los espacios, pudieran desintoxicarme.
Porque lo mío es peor que eso de la droguetería callejera. Una adhesión que sobrepasa los afectos y empieza a adquirir la apariencia de adicción tal vez malsana o, por lo menos, dispendiosa, porque no hay semana en que los gastos bajen de las diez o doce mil pelas, entre unas cosas y otras. Si a esto se añade otro problema de no menor entidad como es el del espacio, es que ni te cuento. Porque ya no hay sitio donde colocarlos. Hasta en el taburete de la cocina y en el mueble de la entrada y en el borde de la bañera y en la repisa del perchero. Abandonados por los pasillos y rincones de la casa, olvidados en los muebles del salón, esparcidos por sillas y sillones, junto a la mesita del teléfono, encima de la teletontuna, en fin, por todas partes aparecen, bien afianzados en su silencio un poco altanero y despectivo, bien esperanzados en que alguna vez les llegue su turno, bien agazapados en su vigilante y pertinaz invitación a una lectura que casi nunca llega (salvo que los días tengan treinta y cuatro horas).
A ver. De lunes a viernes,
a) el fascículo de una Extremadura multicolor, regional y encuadernable,
b) el fascículo de la cocina de la abuela (no se sabe de quién) regeneradora de epigastrios, de epitelios, de alergias y de colesteroles,
c) el coleccionable para convertirte en el mejor navegante de las cibernéticas aguas de Internet,
d) la ficha con las superbiografías de los mejores vocingleros electrónicos,
e) la ficha ecológica para obtener la salvación de este viejo planeta y taponar de una puñetera vez el agujero de ozono,
f) el coleccionable sobre las mariposas,
g) el encuadernable sobre monedas grecorromanas y
h) los diarios correspondientes a fascículos, coleccionables, fichas y encuadernables...
Una tentadora oferta que, ya digo, de lunes a viernes me trae por la calle de la amargura y me convierte indefectiblemente en almacenador de papel cuché perfectamente convencido, eso sí, de que al anochecer me arrellanaré en mi sillón preferido para proceder al gratificante momento de la lectura.
Ocurre, sin embargo, un acontecimiento impensado hace solo unos años: el zapeo digital (relativo a los dedos, o sea). De manera que, acuciado por una ansiedad insólita, empiezo a mojar el pulgar en la lengua y a “zapear” por las hojas de diarios, coleccionables, revistas y fascículos, al modo apresurado como mi tío Eufrasio zapea en los multitantos canales de la teletontuna.
Los fines de semana, ni te cuento. Babelia, La Esfera de los libros, el Cultural de ABC, el cultural de La Razón, el Semanal, el Dominical, Blanco y Negro, cada uno con abrumadora oferta de cultura esparcida en páginas fin de semana sobre la salud, las flores, la ciencia, la decoración, las artes y el cuerpo humano; páginas fin de semana sobre cine, artistas, músicos, juventud, libros y filosofía; páginas fin de semana sobre itinerarios de ocio, motor y viajes, vinos con denominación de origen, horóscopos y pasatiempos; páginas fin de semana con entrevistas a personajes y personajillos realizadas con la sana intención, a lo que se ve, de salir del paso y rellenar con lo que sea las columnas encomendadas en la redacción. Páginas fin de semana en las que se ve el plumero de la oferta consumista porque en definitiva es de lo que se trata: de que el gentío compre y compre y de que el grupo editorial engorde y engorde.
En fin, amigo, ten compasión de mí, páginas de lunes a viernes, páginas fin de semana, ya te digo, páginas en toda la disparatada, esquizofrénica, sobreabundante y aterradora oferta que adquiero con tremendo sentimiento de culpa, esa debilidad enquistada en las neuronas lectoras que me llevan por el mismo camino o así que la heroína a sus víctimas.
Y ahora viene lo del Día del Libro. Horror. Es tan enternecedoramente inmenso el deseo de culturizar al personal, que Ayuntamientos e Instituciones públicas (sabedores de que disparan con pólvora ajena) tiran la casa por la ventana y ofertan indiscriminadamente lotes de libros, librejos y libruchos al gentío, que los curiosea y los desprecia. Las plazas se llenan de tenderetes y las librerías exponen sus existencias con el mismo impudor con que los pavos exponen sus colas.
Los grandes diarios nacionales se apresuran a aprovechar la fecha para lanzar ofertas increíbles y poner en las manos del atolondrado lector libros baratísimos, bien aderezados en chispeantes colecciones ensalzadas sin parar por los sonsonetes publicitarios. Si no me crees, ahí tienes los libros que ofrece ABC, por poner un ejemplo. O los "100 libros del Millenium" que lanza El Mundo, a bombo y platillo, para que el gentío se empape de narrativa, poesía, ensayo, historia, biografía, consulta, arte y aventura... (Mi tío Eufrasio dice que lo mucho cansa y lo poco agrada. También dice que la carencia es la madre del deseo, él sabrá por qué).
Lo curioso, amigo, es que el Día del Libro no se ha institucionalizado para vender libros, dicen, sino para conmemorar la efeméride recordadora de Shakespeare y Cervantes. Si levantaran la cabeza y vieran la que han armado, seguro que volverían a caer de espaldas, definitivamente muertos de risa.
Así que lo he decidido y voy a ver si soy capaz de cumplirlo: el Día del Libro me he propuesto llevar a cabo una personal huelga feroz y salvaje, aunque se me rompa en cien mil pedazos el alma tenazmente lectora. Huelga, ya te digo, de ojos caídos. Ni una página el Día del Libro.
(Lo malo es que me han invitado para que hable de Cervantes y de Shakespeare en un Colegio. Ese día precisamente, hay que joderse.)

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