domingo, 19 de julio de 2009

LAS CARAS
(7-2-1999)
JUAN GARODRI


En el museo de la Academia Etrusca de Cortona hay un bronce que representa a Kulsans, una deidad bifronte que bien pudo ser el antecesor de Jano, el de las dos caras. Ya se sabe que los antiguos eran muy aficionados a sacarle punta a todo de manera que, después de atiborrarse de deidades, se empeñaban en atribuirles correspondencias sobrenaturales y significados protectores hasta el punto de que no había persona, animal o cosa, que se librase del desdoblamiento interpretativo, ese pretexto adoptado para representar la realidad (hoy también se interpreta la realidad por medio de la utilización masiva de elementos publicitarios, más o menos técnicos y científicos, y el personal se cree que acierta). Así que las dos caras de Jano, ya te digo, se usaban abundantemente en ritos y ceremonias, algo así como hoy suelen usarse en fingidas felicitaciones y parabienes sociales.
Por no ir más lejos, dicen que el mes de Enero (quién lo diría, ya han caducado mil novecientos noventa y nueve eneros) deriva de Jano por eso de que empieza el año con él. Y es que las interpretaciones januarias son abundantes. Principio y fin, bien y mal, entrada y salida, interior y exterior, futuro y pasado... El gentío romano se daba una vuelta por los Foros o se acercaba a echar los bofes gritando en el Coliseo o subía la escalinata del Capitolio y, ni Dióscuros ni nada, por todas partes se encontraba alguna estatua de Jano con los dos rostros en la misma cabeza y una actitud vigilante y policíaca, lo cual que les producía más desconfianza que veneración.
En nuestros días también, amigo. Dicen que las constantes históricas se repiten eso, constantemente, y que las pulsiones psicológicas del personal, quién lo diría, son las mismas ahora que hace dos mil años. Ahora, pues, también, amigo. La bifrontalidad de Jano emerge repentinamente y se posa en cualquiera, en ti mismo si se tercia y, según como lo mires, te enfrentas a tu pasado o a tu futuro. Y así, puedes afirmar con seguridad que el personal adopta esa transitoriedad de la cara hasta el punto de que no sabes si va o viene.
Vas paseando, por ejemplo, al atardecer cumpliendo con el deber ciudadano y acerero del saludo y la oxigenación, y te encuentras con muchos congéneres de rostro conivalvo que llevan cara de pasado, digo yo, a juzgar por el gesto políticamente incorrecto que les infla las ojeras con una especie de abominación tegumentaria y cegajosa. Otros, en cambio, llevan cara de futuro, a lo que parece, porque se adentran apresuradamente en los despachos de quinielas, loterías y juegos de azar para recibir la bendición y el patrocinio del Organismo Nacional de Loterías y Apuestas del Estado, con lo que salen del tugurio tan contentos, mostrando un afán encomiástico en la conservación del resguardo y exhibiendo un brillo especial en la mirada, ese resplandor producido por el convencimiento de un particular futuro acojonante de millones.
Otras veces, Jano se metamorfosea en algún colega, y es que lo ves con una deprimente cara de tonto, lo mires por donde lo mires, esa cara apelmazada y simple, algo estúpida, del que no sabe por donde le vienen los tiros, pero luego resulta que Jano se vuelve juguetón y le da un papirotazo y le cambia la cara y, de la noche a la mañana, se le pone cara de listo y consigue el puesto que tú has deseado (y merecido) durante tanto tiempo, con lo que el tonto ha chafado definitivamente tus esperanzas y engreimientos, y empiezas a verlo, bien a tu pesar, con la otra cara, esa cara de listo aligerado en apariencia de pretensiones ascensoras pero bien situado en la caja del ascensor funcionarial.
Otra de las jugarretas preferidas por Jano consiste, con frecuencia, en utilizar contraposiciones endomórficas, de manera que se empeña en atribuir al blando de espíritu la cualidad de la dureza, y va y lo dota de una cara dura impresionante, sobre todo si la víctima se dedica al trabajo generoso de procurar el bien de la sociedad dejándose la piel en la candente arena de la política. En estas ocasiones, Jano se muestra tal vez demasiado duro e inmisericorde y obliga al sujeto a un sacrificio inmolador y bifrontal. De manera que el pobre político no tiene más remedio que cargar con las dos caras, quiera o no quiera, y cuando el gentío contempla su cara blanda, el político promete solucionar los problemas sociales, y hasta las injusticias, no digamos si se trata del problema del paro o el de la marginalidad y todo eso. Entonces el político se ennoblece y la voz se le torna altisonante y a veces sincera, y jura en el colmo de la excandecencia que está dispuesto a morir en el empeño, inmerso en un aura altisonante y sacrificial parecida a la de Lopera cuando jura morir por el Betis. Pero llega el papirotazo de Jano y al político se le torna la cara blanda en cara dura, y sorprendentemente sus facciones adquieren una dureza progresiva y granítica, propia de las canteras de Carrara, y las neuronas se le enquistan en una artritis olvidadiza y presuntuosa, a consecuencia de lo cual arroja al basurero de la infidelidad las promesas y las generosidades, mientras desea solapadamente al electorado que le solucione los problemas sociales su padre.
En fin, Jano no se cansa. Es más, hay veces en que te sorprende. A mí, por lo menos. Verás. Este verano sufrí un mes de julio caluroso y agotador, en Badajoz, por razones de trabajo (tribunal de oposiciones al Cuerpo de tal y tal de funcionarios del Estado). Una tarde me acerqué hasta el Corte Inglés para fisgonear entre sus estanterías y disfrutar las refrescantes alegorías del aire acondicionado. En una de las puertas, se me acercó una mujer que llevaba un puchero de porcelana en la mano.
—Tú que tienes cara de rico —dijo—, dame algo, anda.
La sorpresa fue superior al aleteo de mis vanidades de manera que me detuve, algo pasmado. Nunca pude imaginar que hubiera gente con cara de rico, en contraposición a gente con cara de pobre. Así y todo, reaccioné y le respondí:
—Si yo tengo cara de rico, tú tienes cara de marquesa de Benamejí.
A mi espalda, oí que rezongaba:
—Vete a la mierda, agarrao.
Mientras me adentraba en las turbadoras entrañas de la refrigeración, pensé con pesadumbre que Jano me había jugado una mala pasada al cambiarme de un papirotazo el careto anodino de viandante común por el rostro radiante de un afortunado millonetis. Y es que los dioses, a veces, se parten de risa con nuestras delirantes apetencias, o así.

No hay comentarios: