jueves, 8 de abril de 2010

COMPARACIONES
JUAN GARODRI
(17-3-2010)

Las comparaciones siempre son odiosas, dice el gentío. Con el odio del ‘enemigo amado’ renacentista, añado yo. Porque no acabo de entender cómo pueden ser tan odiosas, al menos cualitativamente, si se utilizan tan a menudo. No creo que el personal la utilice como elemento de figura literaria. Porque tal como anda la imaginación del pueblo, tan relleno de estereotipos estilo Belén Esteban y por ahí, con nariz de boxeador y morros cotidianamente masajeados con replenador, no creo que le alcance para llegar a los umbrales de la base metafórica. Surge más bien la comparación como producto de la asociación de ideas, unas ideas que, en el fondo, son rechazadas por provenir de fuentes distintas a las que el sujeto (o la sujeta) en cuestión utiliza. Cuando David Hume elabora las ‘leyes de la asociación’ le da por viajar por Francia y trabar conocimiento con los enciclopedistas y con Russeau. Pero, vamos, ni loco se le hubiera ocurrido pensar que algún día, unos doscientos cincuenta años después, las leyes a) de semejanza, b) de contigüidad espacio-temporal y c) de causalidad iban a ser utilizadas para la procreación de prototipos (por decir algo) comparativos basados en la aversión o en el resentimiento. Porque hoy día, a pie de acera, la comparación no es más que la inquina hacia los poseedores de ‘algo’ que el comparante no tiene, enrabietado por esa carencia.
Veamos. «Roldán deja ya la cárcel y los millones no aparecen», rezaba la entradilla del HOY dominical, con amplia información en paginas centrales. Diez millones de euros (unos mil seiscientos millones de pesetas de las de 1993). El tío sale del trullo y, hala, a disfrutar de los millones. El gentío se enrabieta y lo compara con el desgraciado que tiene que tragar rejas durante veinte años.
Alonso cobra 20 millones de euros al año. De la Rosa y Alguersuari cobran anualmente 300.000 euros. El bicampeón del mundo de Fórmula 1 se pasa por el forro el riesgo de perder la vida que también tienen los otros pilotos. Y la gente compara. Cristiano Ronaldo y Messi, a por ellos.
En fin. Todas las comparaciones son odiosas. Traguémoslas. Sebas, el de El Copacabana, me dice: «La satisfacción de una persona inteligente es hacerse el idiota delante de una persona idiota que quiere hacerse el inteligente». Nunca lo hubiera pensado de un barman. Sin comparar, me dijo. La razón es toda tuya, respondí.

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