viernes, 2 de julio de 2010

EL VERANO
JUAN GARODRI
(23-6-2010)

Ayer empezó el verano. Ha llegado con la timidez de quien entra a escondidas en una casa que no es suya. Porque nos ha venido fresco, con la calidez agradable de una primavera traspasada. Dicen sin embargo lo meteorólogos que nos espera un verano cálido, con temperaturas superiores a las del año pasado.
El calor consiste en la velocidad de las moléculas. Cuando calentamos algo ocurre eso. O nos ocurre cuando nos calentamos nosotros. Todo calentamiento es fugaz y transitorio. Por eso el verano trae consigo la fugacidad de los deseos y el personal se enamora de las muchachas plebeyas. (Digo lo de ‘plebeyas’, que suena bien, influido sin duda por la plebeyez de Daniel Westling. Ahora está de moda. Como quiera que sea, las muchachas plebeyas poseen una belleza rotunda y enternecedora que tal vez quisiera para ella alguna de alta cuna).
El verano pues es un descubrimiento de la belleza de los cuerpos, escondidos durante el invierno entre las estanterías de Zara y el Corte Inglés. En verano se enamoró el decenviro Apio Claudio de Virginia, hija de un plebeyo, amor que le costó el destierro. En verano se enamoran los veraneantes de las chicas que embelesan las playas, aunque la fugacidad de su amor, no por ello menos intenso, impide la manifestación del atractivo.
El verano concede libertad de ojeada. Los tercerasedades se sientan en los bancos de las avenidas para matar la tarde, o en la plaza de la Constitución, debajo del olor azul de las glicinias. En realidad matan el calor de los muslos que atraviesan sus nostalgias. La nostalgia de un tiempo que se fue con la fugacidad de los veranos. Se contentan ahora con ver el paso de las tórtolas, tan lejos de su recalentado nido, tan atractivas y veloces, tan vestidas de física y química, tan turgentes y onduladas, acera arriba acera abajo.
El verano desarbola el (falso) pudor de los cuerpos y destapa los epitelios, asombrados del poder de la luminiscencia. Las piscinas los muestran esplendorosos y altos, apenas protegidos por la inútil defensa del biquini. Las playas hormiguean de epitelios y, curiosamente, nadie advierte la perversa sinuosidad de las miradas porque el verano es el abrazo cósmico de la tierra y los cuerpos. El verano. La velocidad de las moléculas. El calor provoca el deseo del acercamiento sutil e imaginario. La canción del verano.

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